Y no contento con haberte criado en tanta
dignidad y gloria él mismo es el que, después de criado, te conserva en ella,
como él mismo lo dice por Isaías: Yo soy
tu Señor Dios, que te enseño lo que te conviene saber, y te gobierno por el
camino que andas[1].
Muchas madres, contentas con el solo trabajo de haber parido los hijos, no se
quieren encargar de la crianza de ellos, sino buscan para esto una ama que las
descargue. Mas acá no es así, sino que el mismo Señor se quiso encargar de
todo, de tal manera que él es la madre que nos engendró, y el ama que nos cria
con la leche y regalo de su providencia, según él mismo lo testifica por un
profeta, diciendo. Yo era como ama de
Efraim, y los traía en mi brazos, y ellos no entendieron el cuidado que yo tenía
de ellos[2]. De
manera que uno mismo es el hacedor y el conservador de todo lo hecho, y así
como sin él nada se hizo, así también sin él todo se desharía. Lo uno y lo otro
confiesa claramente el profeta David por estas palabras: Todas las cosas, Señor, esperan de ti que les des su ración y
mantenimiento a sus tiempos; y dándóselo tú, lo reciben; y extendiendo tu la
mano de tu largueza, son llenas y abastadas de todo lo que han menester. Mas
apartando tú el rostro de ellas, luego se turbarán y desfallecerán y se volverán
a aquel mismo polvo de que fueron hechas[3].
De manera que, así como todo el movimiento y concierto de un reloj depende de
las ruedas que lo traen y llevan en pos de sí, de tal modo que, si ellas
parasen, luego todo aquel artificio y movimiento pararía, así todo el artificio
de esta gran máquina del mundo depende de solo el peso de la divina
providencia: de tal manera que si ella faltase de por medio, todo lo demás
luego faltaría.
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. I, F.U.E. Madrid 1994, p. 227
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