Pasando Jesús vio un hombre sentado al
telonio, llamado Mateo, y díjole: Sígueme. Y levantándose, siguiólo (Mt 9, 9).
Refieren
las historias de los gentiles que aquel Apeles, celebérrimo entre los pintores
antiguos, habiendo terminado el retrato perfectísimo de la reina Elena, pintó
también el suyo en la misma tabla muy expresivamente, para que no sólo aquella
obra insigne, sino también el artista de la obra pasase a la posteridad. Esto
me parece a mí que hizo el evangelista Mateo, quien después de haber propuesto
como en un cuadro, para la salud e instrucción de los fieles toda la vida del
Salvador, pintándola con vivos colores, se describió también a sí mismo con
lenguaje clarísimo, es decir, su vocación admirable[1].
Pero en esto está tan lejos de buscar su gloria en dicha historia, como la
buscó Apeles, que con la ignominia del oficio que ejercía expresó también su
nombre, que los demás evangelistas silenciaron en atención a su honor. Porque
habiendo tenido siempre todos los santos la intención de buscar la gloria del
Señor aun con su propia ignominia, todo cuanto se refería a una mayor
ampliación de la gloria divina, procuraban predicarlo a grandes voces. Y siendo
una gran gloria de la bondad y poder divinos hacer una obra excelentísima de una
vil y tosca materia por eso escribieron con cuidado no sólo quienes fueron
después que Dios los perfeccionó, sino cómo eran antes. Y así Pablo se llama
bien a las claras perseguidor de la
Iglesia[2],
blasfemo, y el primero de todos los pecadores, para que de esta manera aparezca
cuánta bondad y poder fue haber transformado este vaso de ira y contumelia en
vaso de elección y de gracia. Así Mateo escribe que él fue publicano, y que
estaba sentado a la mesa de los recaudadores de impuestos, en aquel tiempo en
que el Señor por piedad inefable y gratuita lo llamó a la función del oficio
evangélico y apostólico[3].
Habiendo de predicaros hoy de esta admirable vocación, imploremos el auxilio
celestial humildemente por intercesión de la santísima Virgen.
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. XLIII, F.U.E. Madrid 2004, p. 199-201
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