También corresponde al cuidado de estos
bienaventurados espíritus presentar al Señor común nuestras oraciones y limosnas,
y nuestras obras piadosas. Esto significó bastante claramente el ángel Rafael a
Tobías, cuando le dijo: Cuando tú orabas
con lágrimas, y enterrabas a los muertos, y te levantabas de la mesa a medio
comer, y escondías de día los cadáveres en tu casa, y los enterrabas de noche,
yo presentaba al Señor tus oraciones[1]. Y de este
ministerio de los ángeles dice Juan así en el Apocalipsis: Vino otro ángel, y púsose ante el altar con su incensario de oro,
colocado ante el trono de Dios. Y el humo de los perfumes encendidos de las
oraciones de los santos subió por la mano del ángel al acatamiento de Dios[2].
Así pues, entendiendo estos
bienaventurados espíritus que los deseos y oraciones de los justos son muy
agradables a Dios, asisten gustosos a los que oran y meditan, para tener qué
ofrecer por nosotros a su Creador. De ahí aquello del Cantar de los Cantares: Oh tú la que moras en los huertos, los
amigos están escuchando, hazme oír tu voz[3]. Es la voz del
Esposo celestial a la Esposa amantísima, que habita en los amenísimos jardines
de las Escrituras, que se apacienta en la contemplación de los misterios
divinos; a la que rodean los ángeles, alegrándose de su compañía, y saltando de
gozo al oír los cánticos devotos de su oración y alabanzas. ¿Pues qué? ¿Acaso
no cantan ellos mucho más dulce y suavemente? Cantan ciertamente; pero así como
los hombres se deleitan con el gorjeo del ruiseñor y de otras semejantes aves
canoras, no obstante que el órgano de la voz humana es más agradable y
deleitoso; así aquellos bienaventurados espíritus se deleitan sobremanera en
las oraciones y alabanzas divinas que canta la voz del hombre, aunque ellos
canten mucho más dulce y suavemente.
Pues de estos modos y de muchos otros,
que sería largo enumerar, aquellos bienaventurados espíritus tienen cuidado
solícito de nosotros.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLIII, F.U.E. Madrid 2004, p. 334-5
Traducción de Donato González-Reviriego
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