Y el Creador de la naturaleza infundió en
el alma humana un deseo ardentísimo de esta bienaventuranza. Porque todos por
instigación de la naturaleza deseamos llegar a aquel estado en que alcancemos
esta tranquilidad y paz de ánimo, en la cual no deseemos nada más que lo que
tengamos. Este es, pues, el estado perfectísimo y fin último de la vida humana,
que todos los hombres, como dicen los filósofos, aman con amor infinito; porque
lo aman no por alguna otra cosa, sino por sí mismo. Porque así como los médicos
recetan a los enfermos las medicinas en la medida que requiere la necesidad de la salud, y quieren
dar la salud sin ninguna medida; pues dan la mayor que pueden, así nosotros las
cosas que nos ayudan para este fin, las tomamos en la medida en que nos conducen a la consecución del fin,
y deseamos sin medida alguna el fin mismo, esto es, la felicidad y
bienaventuranza, porque deseamos ésta por ella misma, y no la ordenamos a
ninguna otra cosa. Por esto, pues, la razón del último fin pide que todas las
cosas se ordenen a él, y que él no se ordene a ninguna otra cosa. En él, pues,
descansa plenísimamente la mente del hombre, ya que de otra suerte no sería el
fin último. Por tanto, este fin tan grande, y el amor y deseo de la
bienaventuranza hace, que los hombres no emprendan ninguna otra cosa en la vida
y nada busquen, a no ser aquello que los conduce a este puerto común de la
felicidad humana. Esto no obstante, es sorprendente cuánto se desvían del recto
camino. Porque así como los hombres por impulso de la naturaleza, son incitados
al culto y veneración del Dios sumo, rector y gobernador de todas las cosas; e
ignorando quién es el Dios verdadero, unos pensando que es el sol, otros la
luna o los demás astros celestes, les rindieron honores divinos; así excitando
la misma naturaleza a los hombres al
deseo de esta felicidad, e ignorando en qué se halle dicha felicidad, uno
pensando que consiste en las riquezas, otro en los placeres, otro en los
honores, otro en el favor de los príncipes, otro en la ciencia, otro, finalmente,
en la virtud, buscan con gran ansiedad todas estas cosas por tierra y por mar,
juzgando que serán felices, si llegan a conseguirla.
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. XLIII, F.U.E. Madrid 2004, p. 382-3
Traducción de
Donato González-Reviriego
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