En fin, para no agarrarnos en un asunto tan
importante a la sola razón, y para no fantasear que las normas de los concilios
y las enseñanzas de los padres antiguos están anticuados, añadiré el decreto
del concilio tridentino, congregado en nuestro tiempo para la reforma y cura de
nuestras costumbres; en verdad, hace tabla rasa de todas las susodichas
excusas. Dice así: Los que reciben el
episcopado deben optar por conocer a fondo su oficio y sus obligaciones, y ser
conscientes de que han de renunciar a sí mismos, a la riqueza y al lujo, y
ocuparse de su grey para gloria de Dios. Y no duden que los fieles se incitarán
más a la devoción y a la virtud si ven que sus prelados no piensan en las cosas
del mundo, sino en la salvación y bienaventuranza de sus ovejas. Considerando,
pues, el concilio que éste es el principal modo de restaurar la disciplina eclesiástica,
amonesta a todos los obispos que, reflexionando frecuentemente sobre su
oficio, se esfuercen por cumplirlo con su ejemplo y sus hechos que han de ser
como una predicación continua, y sobre todo que su tenor de vida sea para los
demás ejemplos de sobriedad, de modestia, de continencia y de santa humildad,
tan grata a Dios. Por tanto, siguiendo las huellas de los padres del V concilio
de Cartago, no sólo manda que los obispos se contenten con un menaje sobrio y una mesa frugal, sino
que en todo lo concerniente a su casa y costumbres no haya nada que desdiga de
su santo cargo, ni cosa que no huela a sencillez, celo de Dios y menosprecio de
las vanidades. Hasta aquí lo que el concilio dice[1],
zanjando la cuestión.
Fray Luis de Granada, Obras Completas,
t. XV, F.U.E. Madrid 1997, p. 310-3
No hay comentarios:
Publicar un comentario