Una de las mayores glorias y testimonios
que tiene la religión cristiana es haber sido fundada y testificada con la
sangre de tantos mártires; y no hay que dudar sino que todos ellos cobraron
grande esfuerzo con el ejemplo y virtud del la santa Cruz.
Porque dado caso que todos cuantos santos
ha habido en el mundo, como ya dijimos, sean frutos de este árbol, porque por
esto se escribe que el Cordero celestial fue sacrificado dende el principio del
mundo, porque dende entonces comenzó a obrar el mérito de él en todos los
justos, mas particularmente los santos mártires fueron la fruta más propia y
más sazonada de este árbol, porque no sólo abrazaron la Cruz de Cristo con la
mortificación de su carne, sino también con la muerte del cuerpo y con la
sangre que derramaron por la gloria del Señor que por ellos derramó la suya. Ca
es cierto que el mayor esfuerzo que los mártires tuvieron en sus batallas fue
poner los ojos en aquel altísimo Hijo de Dios puesto en la Cruz, padeciendo en
su delicadísimo cuerpo y ánima los mayores dolores que jamás se padecieron, no
por sí, sino por ellos. Porque con esta consideración, con este ejemplo y con
la fe viva de este misterio, muy alegre y esforzadamente se ofrecían a todos los
tormentos que la crueldad ingeniosa de los tiranos y el furor y rabia de los
demonios podían inventar, y con este socorro salían de todo esto vencedores.
Y
por esta causa quiso este fuertísimo alférez que interviniesen en su sagrada pasión tantas maneras de escarnios,
de vituperios, de azotes, espinas, bofetadas, desnudez, y desamparo de sus
discípulos, y discursos de unos jueces a otros, y de tribunales a tribunales,
porque para todas las diferencias de tormentos que los mártires padecían,
hallasen en él ejemplos de paciencia para los suyos.
Porque
es cierto que así como la mayor gloria que tiene la Iglesia, son las victorias
de los mártires, que con su sangre la defendieron y fundaron, así uno de los
principales respectos que el autor de nuestra salud tuvo en su pasión, fue
dejar a los mártires ejemplos de padecer, y merecerles fortaleza para padecer.
Sabía
él también que la mayor gloria que los hombres podían dar a Dios era serle tan
leales y fieles, que antes quisiesen ser despedazados, arrastrados y
atormentados con todos los tormentos que en un cuerpo humano se pueden
ejecutar, que perder un punto de la obediencia y lealtad que le debían. Porque
en todo el caudal de la naturaleza humana, aunque sea ayudada y fortalecida con
todos los socorros de la gracia, no se halla otro mayor sacrificio que la
criatura pueda ofrecer a su Criador, que éste. Por lo cual no sin grande causa
se ofreció el Salvador a tales tormentos por aliviar con ellos los de estos
fuertes guerreros.
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. XI, F.U.E. Madrid 1996, p. 151-2
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