4º. La pobreza profesada con ese espíritu
pone al hombre en comunión con Dios por una fe firme y una esperanza cierta de
que el Señor le hará llegar las cosas necesarias para la vida de cada día. Y
cuando las recibe, siente que se le esponja el corazón en acción de gracias al
Señor, dador de sus dones. En la iglesia primitiva los cristianos prorrumpían
en alabanzas a Dios, según aconseja y testifica el Apóstol: El que da la simiente al que siembra y el
pan para comer, acrecentará los frutos de vuestra justicia. Este servicio no sólo
remedia la escasez de los santos, sino que se desborda en múltiples acciones de
gracias a Dios[1].
5º.
Y porque el Señor, padre de los pobres los provee cuando les faltan los
socorros humanos, este auxilio aumenta la fe, la esperanza y la caridad en los
que reciben el auxilio en tiempo de necesidades y confían que jamás les faltará
en el futuro. Los beneficios pasados son augurios de beneficios venideros.
Tenemos ejemplo en la vida de san Francisco. Iba él con varios compañeros a
Espoleto, después de haber sido confirmada la regla de la pobreza; cansados del
caminar, se detuvieron a descansar un poco, y a comer un bocado. Pero no tenían
ni un pedazo de pan. En esto, llegó un hombre con un pan en la mano, se lo
regaló, y desapareció. Comprendieron de dónde les vino el socorro, y dieron gracias
y alabanzas a Dios, que tan admirablemente aprobaba y socorría la santa pobreza
que habían profesado.
Fray Luis de Granada, Obras
Completas, t. XLIV, F.U.E. Madrid 2004, p. 32-3
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