Después
del detallado análisis que hace A. Huerga, sobre estas cartas de fray Luis,
concluye y es fácil observarlo leyendo sus textos, que ‘fray Luis es realmente
un hombre nuevo’[1], un hombre transformado,
un hombre muy distinto del estudiante de San Gregorio de Valladolid y también
del futuro escritor. El ministerio de la predicación, bajo el influjo de Juan
de Ávila, cambia el concepto académico para el que se preparó en San Gregorio
en las aulas, por una visión más evangélica. Este testimonio de fray Luis es
inequívoco y llameante: ‘¡Oh padre mío! ¡Cuán diferente es la vida de los
Santos a la de los (hombres) que ahora son! Pues yo le prometo a Vuestra Reverencia
que puede despedirse de hacer fruto en las almas de los prójimos quien no vive
como vivieron los santos. San Jerónimo y San Bernardo, ayunando y comiendo
legumbres y estando noche y día en oración, viviendo en grandísima pobreza,
aprovecharon a las almas. Bien podrá ser letrado y predicar; pero convertir
almas ni es de letras ni es de ciencia, ni es parte para esto sino sólo Dios,
que Él no obra este efecto por letrados hinchados, sino por siervos humildes,
semejante locura es ésta a la que yo tenía estudiando allá en el colegio de San
Gregorio mucha retórica para convertir almas, como si hubiera de tomar Dios los
retóricos para ministros de un tan gran misterio como es su Evangelio y su espíritu’.
Finalmente apostilla: ‘Los ministros del Evangelio no han de ser semejantes a
Tulio, sino a Jesucristo; y han de ser tan semejantes a Él, que se trasluzca y represente en
su vida Jesucristo, como la figura en el espejo’[2]
Urbano Alonso
del Campo, Vida y Obra de fray Luis de
Granada, ed. San Esteban, Salamanca 2005, p. 75
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