El divino Jardinero limpia el alma de
malas yerbas, y ahuyenta los gusanos que roen las plantas y las bestias que las
destruyen, según lo asegura por Ezequiel: y
alejaré las bestias malas del huerto y dormirán tranquilos los que habitan en
el bosque[1].
Además lo valla con la ley divina, lo amuralla con instituciones santas, lo
asegura con la guarda de los ángeles, y le envía lluvia fecundante a sus
debidos tiempos, y plantas, árboles que dan copioso fruto, y lo adorna con
flores, y le da cultivo y labranza para que conserve siempre su amenidad y su
alegría. Es obvio que todas estas gracias se han de referir no al cuerpo o a
los bienes externos, sino a la hermosura del alma y su vida interior: porque la
belleza y la gloria de la Esposa no
reluce por fuera, sino por dentro[2].
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t.
XXXII, F.U.E. Madrid 2001,
p. 332-3
Traducción, edición y notas de Álvaro
Huerga Teruelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario