Estas son aquellas siete cabezas del dragón
y los diez cuernos que vio san Juan en el Apocalipsis[1],
con los que el gran dragón, rufo con la sangre de los santos mártires, defendía
su reino por medio de los reyes vasallos. Pues el Unigénito Hijo de Dios se
vino para librarnos de la diabólica tiranía, y arrojar fuera al Príncipe de
este mundo por medio de su cruz y de su muerte, según anunció: Ahora es el juicio del mundo, ahora el
príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando fuere levantado de la
tierra –esto es, en la cruz-, atraeré
a mí todas las cosas[2].
Es decir, cuando el tirano del mundo sea echado fuera, el legítimo Señor
ocupará el trono del universo, con su muerte venció al que imperaba en ella, y
así libró a todos los que, por miedo a
la muerte, rindieron servidumbre al demonio durante toda la vida. El profeta
Isaías cantó esta liberación. En aquel
día castigará Yavé con su espada de acero, grande y de dos filos, a Leviatan,
serpiente larga y escurridiza, y matará al dragón que está en el mar[3].
Dice larga por la vastedad de sus
dominios, y escurridiza, por sus
disimulos o astucias para hacer daño. A este terrible adversario, que lo
asolaba todo en el mar del mundo, lo quitó el Señor de enmedio, y lo domeñara con su espada de dos filos, es decir, con la virtud y poder de su Espíritu.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t.
XXXII, F.U.E. Madrid 2001,
p. 386-9
Traducción, edición y notas de Álvaro
Huerga Teruelo
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