De
san Vicente Ferrer, que tuvo especial gracia y don de predicar, está escrito
que en casi todos sus sermones inculcaba a sus oyentes la severidad del juicio
final, con cuya doctrina hizo un tan feliz y copioso fruto que trajo a
penitencia de la vida pasada a muchos millares de hombres[1].
Finalmente son tales las cosas que
en las Sagradas Escrituras se refieren a este juicio y exceden tanto la fe y
creencia de los hombres, que después de haberlas el Señor pronunciado en esta
sagrada lección, añadió esta aseveración: El
cielo y la tierra pasarán, y mis palabras no pasarán[2]. Con estas
palabras comprobó la grandeza de este día, y la verdad incontrastable de esta
profecía, a la cual no es comparable ninguna verdad humana.
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