A CARLOS,
CARDENAL BORROMEO, ARZOBISPO DE MILÁN, FRAY LUIS DE GRANADA DESEA PERPETUA
FELICIDAD EN CRISTO
Reverendísimo e Ilustrísimo
Cardenal: Es tanta la dignidad y belleza de la virtud que, después de Dios,
nada hay más digno, más bello y más divino que el alma que, desarraigada de las
cosas terrenas y hollándolas, se entrega por entero al obsequio y amor de Dios,
de modo que, muerta al mundo, para él solo viva, para Él milite, a Él obedezca,
en Él ponga siempre los ojos, toda se
derrita en su amor y esté día y noche suspensa en su contemplación, a Él
encamine su vida y sus actos, y nada piense más que en agradarle en todo. La hermosura
de un alma así, si la viéramos con los ojos del cuerpo, ¿no nos inflamaría en
su amor? Porque ¿quién no admira y ama la hermosura y encanto de la virtud, aun
en un enemigo? En toda la maravilla del cosmos, ¿hay algo más hermoso o más
sublime que la virtud y la piedad cristianas? En verdad, ninguna.
Pues por eso yo, Eminencia,
subyugado y complacido por solo el olor de vuestras virtudes, a pesar de la
lejanía y de no conocerle de vista, ni haber recibido cartas ni mandatos, ni
esperar premio alguno, siendo ya muy entrado en años, no he cejado de admirarle
y amarle y elevar al Señor cotidianas plegarias, valgan lo que valgan. Y no
contento con esto, he querido también dedicarle, en testimonio de mi afecto y
veneración a vuestra persona, el tercer tomo de mis sermones, que contiene los
que se predican desde el Domingo de Resurrección hasta la festividad del Sacratísimo
Corpus Christi.
Lo hago con mayor gusto por tratarse
en estos sermones, más que en otros, del misterio del amor de Cristo y del
beneficio de nuestra redención, al filo de los textos de los evangelios que se
leen en este tiempo litúrgico, y por saber que estos temas son muy dulces y
gratos a quienes están ardiendo en amor a Cristo –en cuyo número, por don
divino, os puso la divina Bondad-. Estos
misterios nos sirven también para rebatir las calumnias de los herejes, que
nos acusan con furia de restar valor y amor a la gracia de Cristo y al
beneficio de su redención: son ellos, no nosotros, los que pervierten el
misterio de Cristo y la obra redentora por la que el Hijo de Dios nos hace
puros e inmaculados y seguidores de su paciencia y obediencia: son ellos los
que toman de esta obra ocasión fatua de ociosidad y de condescendencia, en vez
de esfuerzo, por el engaño de una vana confianza en sola la gracia de Cristo,
prometiéndose la salvación sin la práctica de la dura penitencia y de las
buenas obras personales, ni los arredra el temor del infierno, ni los mueve la
voz de san Pablo, que dice: no son justos
ante Dios los que oyen la Ley, sino los cumplidores de la Ley esos sean
declarados justos[1]; ni
el ejemplo de las vírgenes necias que
tenían incorrupta la lámpara de la fe, mas no el aceite de la caridad, y por
eso se les cerró la puerta del reino[2].
Nosotros, en cambio, ensalzamos la
gracia de Jesucristo, nuestra cabeza, y confesamos que es infinita y que
aprovecharía a infinitos mundos, si los hubiera: por eso su amor nos enardece y
nos afianzamos en sus méritos y sufrimientos con una firme esperanza, e
imitamos su humildad, su mansedumbre, su paciencia, su obediencia y las demás
virtudes que resplandecen de modo especial en su Pasión. Pues a esas virtudes,
y no a la vana confianza de los herejes, vacía en buenas obras, nos acogemos en
la contemplación de la Pasión del Señor, secundando la exhortación del apóstol
Pedro: Cristo padeció por nosotros y os
dejó ejemplo para que sigáis sus pasos. Él, que no cometió pecado ni en cuya boca se halló engaño, ultrajado, no replicaba
con injurias, y atormentado, no amenazaba, sino que lo remitía al que juzga con
justicia[3].
Mas de esto basta con lo dicho
Reciba, por tanto, Vuestra
Eminencia, este pequeño obsequio, expresión de mi afecto, y págueme con el don
de su benevolencia.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t.
XXXII, F.U.E. Madrid 2001,
p. 12-17
Traducción, edición y notas de Álvaro
Huerga Teruelo
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