Dice por ello el
Salvador: Yo rogaré al Padre, y os
dará otro consolador, para que esté con vosotros eternamente; a quien el mundo
no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce[1]. Como no lo conoce, no lo recibe. ¿Cómo
es esto? Porque no podemos ensalzar lo que no conocemos, y lo que no ensalzamos
no lo deseamos, y lo que no deseamos no lo buscamos con interés, y no se halla
lo que no se busca. De modo que para hallar al Espíritu Santo es preciso que
antes lo conozcamos ¿De qué modo? Como le conocieron los discípulos, a quienes dice
luego el Señor: pero vosotros le conoceréis,
porque morará con vosotros, y estará dentro de vosotros[2]. Le conoceréis
bien por su permanencia y su obra divina en vosotros
No hay en esta vida un conocimiento más seguro, más útil
y eficaz que éste. Igual que nadie conoce mejor la dulzura de la miel o el
calor del fuego, que quien sabe de su intensidad por experiencia propia y no
por oídas, así nadie entiende mejor la virtud y eficacia el Espíritu Santo, que
el que la ha experimentado con frecuencia dentro de sí. Y este conocimiento prepara
maravillosamente el camino para recibirlo. Porque no es bastante haber oído, leído
o especulado sobre él, si no le conoces por tenerlo dentro.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t.
XXXIV, F.U.E. Madrid 2002,
p. 268-9
Transcripción
y traducción de Ricardo Alarcón Buendía
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