Me he extendido en esto, hermanos, porque si bien
sabemos por la doctrina de la fe católica que son muchísimos los efectos y las
virtudes de este divino sacramento, con que se logra la salud del alma, no
consta que haya nada que conserve y retenga mejor esta salud, que acudir a él
con frecuencia con puro y devoto corazón. Igual que viven los cuerpos con la
comida, también las almas con este alimento celestial; y no sólo viven, sino
que crecen y aumentan cada día con todo cúmulo de gracias y de virtudes.
Objetará alguno que hay muchos de los
que reciben con frecuencia esta comida celestial, y hasta muchos sacerdotes,
que se acercan diariamente a esta mesa, y que sin embargo no son mejores ni más
santos que los demás. No lo niego. Pero esto no es imputable al sacramento, sino
a la indignidad de quienes lo reciben. De él canta la Iglesia en esta
festividad: Lo toman los buenos, también los malos, mas con suerte distinta, de
vida o de muerte. Pues igual que un mismo fuego ablanda la cera y endurece el
barro, este sacramento, siendo el mismo, es para unos autor de salud y vida, y
para otros ocasión de muerte.
Es sentencia célebre entre los filósofos
que los actos de los activos se dan si hay un paciente dispuesto. Por lo que
resulta evidente que todas las causas, naturales o sobrenaturales, como son
nuestros sacramentos, producen efectos distintos, según la distinta disposición
de la materia o del sujeto.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t.
XXXV, F.U.E. Madrid 2002,
p. 262-3
Transcripción
y traducción de Ricardo Alarcón Buendía
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