Siendo esto así, hermanos, con razón se
ha de culpar, o más bien llorar, a los que reciben en vano este don de Dios,
esto es, a los que tienen su fe ociosa, como espada metida en la vaina, de la
que no quieren usar para cortar las pasiones de su carne. A estos reprende el
apóstol Santiago cuando dice: ¿De qué servirá, hermanos míos, que uno diga
tener fe, si no tiene obras? ¿Es que podrá salvarle la fe?[1]. ¿De
qué sirve que tengas maestro de algún arte, si no obedeces sus normas? ¿Qué
aprovecha ir al médico, si no se toman las medicinas que prescribe? ¿Qué
importa que tengas un guía en un camino difícil, si no sigues sus
indicaciones?.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV,
F.U.E. Madrid 2002, p. 156-7
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