De este Sol de justicia dice Salomón que nace y que muere, y otra vez vuelve a su lugar primero; y renaciendo de
nuevo dirige su curso al Mediodía y declina luego hacia el Norte. Todo lo cual
se acomoda a Dios Salvador, pues éste nace en la navidad, muere en su pasión y
al subir hoy al cielo vuelve a su lugar, del que renace otra vez para visitar y
alumbrar con los rayos de sus dones a la Iglesia, y gira después al medio día,
que es lugar de luz y de calor, cuando ilumina con nuevos destellos de su luz
la mente de los justos, y no contento aún dobla hacia el Aquilón, que es sitio
de frío y de tinieblas, y a los que andan en sombras y sin amor a lo del cielo
los visita, y despierta a los que duermen con el brillo de sus rayos: Porque Él es la verdadera luz que ilumina a
todo hombre que viene a este mundo[1].
¿Veis,
hermanos, cómo defendió el Salvador la causa de nuestra salvación, no sólo
estando con nosotros, sino también al subir al cielo, con el mismo afán además
y hasta con mejores frutos? Pues lo mismo que el sol, para seguir con este símil,
cuanto más alto está más nos hace participar de su luz y su calor, también
Cristo al subir a lo alto nos proporciona mayores dones.
¿Qué
nos queda sino concluir con el Apóstol diciendo: En suma, cuanto acabamos de decir se reduce a esto (éste es el resumen de lo
dicho hasta aquí): Tenemos un pontífice
que está sentado a la diestra del trono de la majestad de Dios en los cielos; y
es ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, hecho por el Señor, no
por el hombre[2].
Por
‘santuario’ entiende aquí el Apóstol aquel antiguo tabernáculo de Dios que en
otro tiempo se tenía por lo más sagrado. Con ambos términos se designa a la
Iglesia de Cristo: del tabernáculo
verdadero, dice, hecho por el Señor,
no por el hombre: el primero era una sombra, éste es la verdad, es decir,
el verdadero templo de Dios con los hombres. De este tabernáculo verdadero y
del santuario se dice que es ministro
Cristo.
¿Quién
no enmudece ante la palabra de este ministerio? Más aún, ¿quién no se deshace
en amor? ¿Quién juntó estas dos cosas tan distantes: estar sentado a la derecha
de la majestad y ser ministro de la salvación humana? ¿Quién podía pensar que
el hombre llegaría a un grado tan alto de dignidad, que aún después de hacer al
diablo su dueño con el pecado, tendría ahora al hijo de Dios como ministro de
su salvación?
¡Ay, mil veces dichosos y felices los que
viven de manera que merecen valerse de tal ministro de justicia y salvación! El
Apóstol, cuando le llama ministro del santuario, deja ver muy claro que esta
dignidad tan alta no corresponde a los impíos y perversos, sino a los que
buscan la santidad. Con esta sola palabra borró las esperanzas vanas y
temerarias de los malvados, quienes aun persistiendo obstinados en sus pecados
esperan la salvación sólo por los méritos de Cristo.
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIV,
F.U.E. Madrid 2002, p. 94-97
Transcripción
y traducción de Ricardo Alarcón Buendía
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