Siendo tentado para hacer alguna obra
mala, no sólo no consientas con la tentación, mas antes de la misma tentación
saca ocasión de virtud, y con tu diligencia y con la gracia de Dios no serás
peor por la tentación sino mejor, y así todo vendrá por tu bien. Si fueres
tentado de lujuria o de gula, quita un poco de los regalos que de antes tenías,
aunque sean lícitos, y acrecienta más a los santos y piadosos ejercicios que
acostumbrabas. Si eres combatido de escaseza y avaricia, acrecienta las
limosnas acostumbradas. Si eres estimulado de la vanagloria, tanto más te
humilla en todo y por todo. De esta manera por ventura temerá el demonio
tentarte de ahí en adelante, por no te ser ocasión de buenas obras; el cual
siempre desea que las hagas malas. Mira que ningún vicio tengas por leve.
Aunque sea venial; porque el pecado venial, puesto que no mate al alma, todavía
la aparte del fervor de la devoción, y
hace al hombre pesado y tibio para el bien, y escurece el entendimiento para
conocer a Dios, y poco a poco de pequeños pecados se acostumbra a pasar a
grandes. Así que has de aborrecer y huir de todos los pecados así veniales como
mortales y arrancarles de raíz, al menos corta cada día una rama del tronco
vicioso y acrecienta alguna cosa a las buenas costumbres. Guárdate de pensar
que serás perfectamente justo con solamente no hacer mal; mas conviene que
quieras hacer o hagas bien. Porque el profeta dice apártate del mal, luego añadió y
haz el bien[1].
Éstos son los principales remedios que
tenemos contra estas siete pestes y cabezas de todos los vicios; y si quieres
uno sólo que valga por todos éstos y que te sea un escudo general contra todos
los pecados, pon los ojos en Cristo crucificado, y ahí hallarás remedio. Cuando a los hijos de Israel heridos de Dios en el desierto con infinitas serpientes
ponzoñosas, cuyas mordeduras súbitamente mataban, por ruegos de Moisés les fue
dado este remedio: hicieron una serpiente de cobre y pusiéronla sobre un madero
para que la viesen todos los que de las serpientes eran heridos, cuya vista los
libraba de la ponzoña y llagas que habían recibido[2].
Fray
Luis de Granda, Obras Completas, t. XX,
F.U.E. Madrid 1998, p. 445-7
(Transcripción
del portugués de José Luis de Almeida Monteiro, Traducción de Justo Cuervo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario