Sigue
el texto: Fueron los discípulos y trajeron
la borrica y el pollino, etc.[1]. La burra estaba
atada en un cruce, los apóstoles la soltaron, pusieron sobre ella los mantos, y
sobre ellos montó Jesús y la encaminó a Jerusalén. Este asno es aquí una imagen
de la perfecta obediencia, de la perfecta virtud. Y superior a ella era el que
decía: Yo era para tí como un bruto
animal pero estaré siempre a tu lado[2], significando que
Dios, se dejaba llevar sobre él y se ofrecía como un jumento presto a obedecer.
Ningún mortal ha demostrado mayor
prontitud de obediencia que el mismo Señor Jesús: porque para esto
principalmente vino al mundo, para expiar con su obediencia el pecado de
desobediencia antiguo. Él mismo describe esta obediencia de forma muy
elocuente: Tú no has querido sacrificios
ni oblaciones; pero me has dado oídos perfectos[3]. O (como traduce
Jerónimo) has abierto mis oídos[4]. Es decir, te
aplacas no con ceremonias o dictados de leyes, sino con la obediencia y la
santidad. Para que tu divinidad, ofendida por el hombre pudiera aplacarse con
un sacrificio gratísimo, quisiste que fuera yo erigido como ejemplo sumo de
perfecta obediencia[5].
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. XXIV,
F.U.E. Madrid 1999, p. 111
Transcripción
y traducción de Ricardo Alarcón Buendía
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