De aquí podemos deducir qué es preciso
que haga el que tiene buenos propósitos de amar a Dios. Porque hay muchos que
se preguntan a cada paso qué tienen que hacer o pensar, o en qué afanes han de
ocuparse para amar a Dios con todo el corazón. A estos hay que decirles que
limpien su alma de toda impureza de vicios y pasiones, para que se digne a
morar en ellos por la caridad quien es el padre de la caridad, porque en alma
maliciosa no entrará la sabiduría, ni morará en cuerpo esclavo del pecado[2]. Pues
cómo va a morar allí aquel del que se ha escrito tantas veces: La justicia y el
juicio, esto es la equidad y la santidad, son el sostén de su trono[3].
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. XXV,
F.U.E. Madrid 2000, p. 182
(Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)
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