lunes, 31 de diciembre de 2012

Sermones de tiempo: La Circuncisión

     Hablemos primero del pecado de origen que invade al hombre y a la naturaleza. Sabemos que todos después de Adán por aquella culpa antigua, nacemos enemigos de Dios e hijos de la ira[1], dice el apóstol. Mas como Dios quería hacer con los hombres un pacto eterno de amistad, fue necesario abolir la culpa del pecado de origen, que era causa de desemejanza entre Dios y el hombre. Para abolirla se instituyó en la antigua ley el sacramento de la circuncisión, y en la nueva el del bautismo; así los padres, movidos por la fe en Dios y la piedad derramaban la sangre de sus hijos para lavar la antigua mancha de la naturaleza corrompida.
         De aquí podemos deducir qué es preciso que haga el que tiene buenos propósitos de amar a Dios. Porque hay muchos que se preguntan a cada paso qué tienen que hacer o pensar, o en qué afanes han de ocuparse para amar a Dios con todo el corazón. A estos hay que decirles que limpien su alma de toda impureza de vicios y pasiones, para que se digne a morar en ellos por la caridad quien es el padre de la caridad, porque en alma maliciosa no entrará la sabiduría, ni morará en cuerpo esclavo del pecado[2]. Pues cómo va a morar allí aquel del que se ha escrito tantas veces: La justicia y el juicio, esto es la equidad y la santidad, son el sostén de su trono[3].


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXV, F.U.E. Madrid 2000, p. 182
(Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía)


[1] Cf. Ef 2, 3
[2] Sb 1, 4
[3] Sal 88, 15

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