Sucederá entonces
que la sangre de Cristo que,
como dice el Apóstol, clamaba mejor que
la sengre de Abel[1],
pues ésta pedía justicia, aquella misericordia, ahora por el contrario, pasado
ya el tiempo de la misericordia, pide para los reos no misericordia, sino
justicia y venganza. En este tiempo se cumplirá aquella súplica del Señor: No cubras, ¡oh tierra¡, mi sangre, y no haya
lugar para mi clamor[2], pues la sangre de
Cristo no yacerá en la tierra, sino que a grandes voces pedirá la justicia de
Dios contra aquellos que ahora con sus pecados han mancillado esa misma sangre
del testamento.
Esto mismo parece insinuar de este día
el profeta Amós cuando dice: ¡Ay de
aquellos que desean el día de Yavé! ¿De qué os servirá el día de Yavé? Será día
de tinieblas, no de luz. Es como quien huyendo del león diera con el oso; como
quien al entrar en casa y poner su mano en la pared, fuera mordido por la
serpiente[3]. Con esta figura
de dicción quiso significar que los malos hallarían la peste y la ruina donde
esperaban encontrar la salvación.
Fray
Luis de Granada Obras Completas, t.
XXIV, F.U.E. Madrid 1999, p. 233
(Traducción de Ricardo Alarcón Buendía)
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