TEMA: Venid a mí todos los que tenéis trabajos, y estáis cargados, y yo os
aliviaré (Mt 11, 28)
La solemnidad sagrada de este día
recomienda mucho, hermanos carísimos, el oficio de la predicación evangélica.
Porque es constante que el destino principal de los apóstoles, con que
convirtieron el mundo a la fe de Cristo, fue la predicación del evangelio. Y
cuánta sea la dignidad de este oficio, ciertamente hay muchas cosas que lo
declaran. Pero la primera entre ellas es que este mismo fue el cargo y oficio
de nuestro Salvador.. Por esta causa el apóstol san Pablo no dudó llamarlo Apóstol y Pontífice de nuestra confesión[1]. Luego ¿cuál será
aquel oficio a que Dios Padre envió a la tierra a su Hijo para que el que antes nos hablaba en los profetas, ahora
nos hablara también en su Hijo?[2]. También la
elección de san Matías apóstol declara manifiestamente la dignidad de este
cargo. En la cual, sin embargo que eran muy santos los electores, y muy ajenos
de la aceptación de personas, que domina mucho en las elecciones, no atribuyeron
tanto a su parecer, que se prometieran por sí el acierto de esta elección, sino
que, desconfiando de sus juicios y acogiéndose a aquella primera regla de
verdad que no puede engañarse ni engañarnos: tú, Señor, dicen, que conoces
los corazones de todos, muéstranos cuál de estos dos has escogido, para que
tome el lugar de este ministerio y apostolado, del cual por su prevaricación
cayó Judas[3]. Si preguntáis la
causa de esto, no es otra que la dignidad y majestad del oficio, a quien se ha
confiado la salud de las almas, redimidas
no con el oro o plata corruptibles, sino con la sangre preciosa del Cordero
inmaculado[4]. Pues lo que tanto costó a su Redentor, y lo
que está entre premios eternos, o eternos castigos, ¿acaso no se ha de procurar
con mucho cuidado y diligencia?. Luego por fin del oficio será fácil colegir su
dignidad y necesidad; y conocida ésta, no parecerá extraño que estos varones
santísimos no quisiesen arrogarse a sí este tan grave negocio, sino
encomendarlo a Dios…
EXPLANACIÓN DEL TEMA
Venid
a mí todos los que estáis en trabajos, y yo os aliviaré. Así como entre las
virtudes, con que se adorna el alma, es la primera en el orden la fe, que
ilustra el entendimiento, del cual procede toda acción; así, por el contrario,
su ceguera es el principio de todos los vicios con que se afea el alma. Porque,
estando ciego el entendimiento, que es el caudillo de la voluntad humana, ¿qué
cosa podrá hacerse ni administrarse bien por el hombre? Pues si un ciego guía a
otro ciego[5], ¿
acaso los dos no caerán en la hoya?
Entre los errores todos de los mortales,
que son muchos y varios, me parece a mí que el mayor y principal es que,
engañados del diablo, creen que es áspero y escabroso el camino de la virtud; y
ameno y deleitable el de los vicios. Esto hace que, dejando el camino de la
virtud y honestidad, anden por el camino de los vicios, llano y suave a su
parecer. Porque es tal la condición del corazón humano que, como dice
Aristóteles, apetece mucho las cosas dulces y deleitables, y huye de las
contrarias. De aquí manó aquella sentencia de los retóricos: ninguna cosa se
seca más presto que las lágrimas, porque la voluntad humana huye todo lo
triste, como contrario a ella, y desea con suma ansia las cosas gustosas y
agradables, que la refuerzan y recrean. Por tanto, así como dicen los médicos
que nuestro hígado se deleita mucho cono las comidas dulces, y las trae a sí
con vehemencia, de este modo nuestra voluntad, así como se ofende con las cosas
amargas, así como ansía las dulces. Esto, como antes se ha dicho es la causa
por que los malos huyen la virtud como horrible y abrazan los vicios como dulces
y deleitables.
Pues este error, hermanos, me parece a
mí que entre todos es el más pernicioso a los hombres y él solo recomienda
mucho los vicios con título de deleite. Contra este error debo yo combatir con
frecuencia, y os debo mostrar con razones muy claras que es muy verdadera
aquella sentencia que leemos en el Eclesiástico: El camino de los pecadores está empedrado de piedras[6], y después de él
está el infierno, las tinieblas y la pena.
Esto mismo persuaden y predican las
palabras del Señor: Venid a mí todos los
que estáis en trabajo, y estáis cargados, y yo os aliviaré[7], ¿por ventura no demuestra
los cuidados y afanes de los hombres malos, y el reposo y delectación de los
justos? Porque ¿a quiénes otros que a los pecadores, que están agravados con el
peso de sus pecados, llama el Señor cargados?
¿Y a quiénes otros promete el auxilio del alivio y refuerzo, sino a los que se
acogen a él, esto es, a los hombres piadosos y buenos?. Acaso esto también no
amenazó Moisés casi con las mismas palabras al pueblo prevaricador: Porque no quisiste, le dice, servir a tu Señor Dios en gozo y alegría de
tu corazón por la abundancia de todas las cosas, servirás a tu enemigo, que
pondrá yugo de hierro sobre tu cerviz[8]. Y así lo que el
Salvador llama carga, Moisés llama yugo de hierro, lo que aquél refuerzo,
éste gozo y abundancia de todas las cosas. Estos dos testimonios de las Santas
Escrituras, pronunciadas por boca de la misma verdad debieran ser bastantes y
sobrados para que, dejando el error vulgar de los hombres, creyéramos
ciertísimamente que el camino de los mandamientos divinos, estaba lleno de
verdaderas delicias, y que el de los malos lo está de tropiezos y cargas muy
pesadas.
Fray
Luis de Granada Obras Completas, t.
XXXIX, F.U.E. Madrid 2003, p. 457-473 (Traducción de Pedro Duarte, Ricardo Alarcón Buendía y Juan Manuel Conesa Navarro)
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