Eso
es lo que ha hecho y lo que ha enseñado[1]
durante toda su vida. Con sinceridad total. Con entrega total. No conoce a fray
Luis –no lo conocerá nunca- quien prescinde de esos presupuestos fundamentales.
No lo conocía Zayas, el viejo amigo, cuando sospechaba que no era sincero[2]. No
lo conoce el estudioso que olvida que todo lo que enseñó en el púlpito, en el
libro, en el coloquio brotaba de su amor a Dios y al prójimo, de su vivencia de
ese amor: ‘porque para tratar de estas materias lo que principalmente se
requiere es santidad y experiencia de las cosas espirituales’[3].
Mas no es hora de lectura y comentario: fray Luis se
está muriendo. Su última lección –su último sermón- no fue el de las caídas
públicas; ni tampoco la plática que echó a sus mas amados discípulos –los
novicios- en el momento del adiós; fue su buena muerte[4].
Lloránle en esta ciudad muchos pobres y
personas necesitadas, a quienes hacía limosna de cantidad de dineros que
personas principales fiaban de él para que los repartiese. Y a mi parecer, le
debemos llorar todos, pues nos falta un hombre que tanto nos ayudaba con su
doctrina y ejemplo para el camino del cielo. Yo le lloro por esta razón y por
la soledad que me hace. Pero consuélame mucho el haber visto el discurso de su
enfermedad y muerte, en que he echado de ver cuán bueno y fiel es Dios para con
los suyos, y cómo no sabe desamparar en la muerte a los que de verdad le han
servido en vida[5]
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