De lo poco que hemos dicho se puede
entender cuántos beneficios trajo el Salvador al mundo. ¿Nos podía faltar algo
bueno para la salvación cuando la fuente misma de todos los bienes se dignó
venir a nosotros?. Si algún esposo marcha al extranjero con los Indios y está
con ellos algún tiempo, desde allí envía a su esposa cartas y pequeños
obsequios que despierten su amor y su recuerdo. Luego, cuando vuelve a su patria,
no sólo regresa él sino que trae consigo todos sus bienes. Así también, aquel
esposo celestial antes de venir al mundo enviaba con sus mensajeros pequeños
obsequios y dones a su Iglesia, mas cuando se dignó venir él mismo, trajo a la
vez consigo para dárselas todas las riquezas celestiales guardadas en los
tesoros divinos.
Consecuencia de ello fue también que
aquellos males que vinieron al mundo por aquel primer padre del género humano
desaparecieron gracias al segundo, y en su lugar se nos dieron bienes mucho
mayores; como dice el Apóstol: no es el
don como fue la transgresión donde abundó el pecado sobreabundó la gracia[1]. Quien desee
conocer la gracia abundante de nuestra Redención, ponga sus ojos en aquellos
males que vinieron al mundo por el pecado del primer hombre y podrá apreciar
los bienes que por méritos del Redentor nos han sido otorgados, ya que fue
enviado por el Padre al mundo para restaurar lo que se había derrumbado por
culpa del pecado.
Fray
Luis de Granada Obras Completas, t.
XXIV, F.U.E. Madrid 1999, p. 127
(Traducción de Ricardo Alarcón Buendía)
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