A
la cabeza de los temas más representativos de la Primera Parte de la Introducción del
Símbolo de la fe, se encuentra como era esperable, el del ‘Libro de la
naturaleza’, tema que con sus variaciones diferenciadas, constituye uno de los
asuntos predominantes, desplegándose por extenso, y brillantemente, en un
pasaje del capítulo II que, a mi juicio, es uno de los fragmentos más
elocuentes y capitales que nunca se hayan escrito a vueltas del símil:
¿Qué es, Señor, todo este mundo visible
sino un espejo que pusisteis delante de nuestros ojos para que en él
contemplásemos vuestra hermosura?. Porque es cierto que, así como en el cielo
vos seréis espejo en que veamos las criaturas, así en este destierro ellas nos
son espejo para que conozcamos a vos. Pues según esto, ¿qué es todo este mundo
visible sino un grande y maravilloso libro que vos, Señor, escribisteis y
ofrecisteis a los ojos de todas las naciones del mundo, así de griegos como de
bárbaros, así de sabios como de ignorantes, para que en él estudiasen todos, y
conociesen quién vos érades?¿Qué serán luego todas las criaturas deste mundo,
tan hermosas y tan acabadas, sino unas como letras quebradas e iluminadas, que
declaran bien el primor y la sabiduría de su autor? ¿Qué serán luego todas
estas criaturas sino predicadoras de su Hacedor, testigos de su nobleza,
espejos de su hermosura, anunciadoras de su gloria, despertadoras de nuestra
pereza, estímulos de nuestro amor, y condenadoras de nuestra ingratitud? Y
porque vuestras perfecciones, Señor eran infinitas, y no podía haber una sola
criatura que las representase todas, fue necesario criarse muchas, para que así
a pedazos, cada una por su parte nos declarase algo dellas. Desta manera las
criaturas hermosas predican vuestra hermosura, las fuertes vuestra fortaleza,
las grandes vuestra grandeza, las artificiosas vuestra sabiduría, las
resplandecientes vuestra claridad, las dulces vuestra suavidad, las bien
ordenadas y proveídas vuestra maravillosa providencia….¿Quién no se deleitará
de la música tan acordada de tantas y tan dulces voces, que por tantas
diferencias de tonos nos predican la grandeza de vuestra gloria?[1].
El interés ideológico de esta bella
argumentación estriba en que compendia el punto clave de toda la Primera Parte , a saber que la Creación entera es un
instrumento de Dios para orientar y conducir a los hombres hacia Él.
Fray
Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la fe, edición de José María
Balcells, ed. Cátedra, Madrid 1989, p.71-72
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