Mas antes que entremos en este sanctuario, donde se
han de explicar cosas tan grandes, tomaré como por tema y fundamento de ellas
aquellas palabras de un ángel, que representaba la persona de Dios, el cual
siendo preguntado por su padre, de Sansón, cómo se llamaba, respondió: ¿Por qué
preguntas por mi nombre, que es admirable?[1]. Esta
es una palabra que viene tan propia a la grandeza de Dios y de todas sus obras,
que ninguna hay tan pequeña que si bien se considera, no suspenda nuestros
ánimos en la admiración de su Hacedor, y no nos haga decir: ¿Por qué preguntas
por mi nombre, que es admirable?. Tulio, grande orador, dice que no se ha de
hacer caso de la elocuencia, que no llega a poner en admiración a los oyentes[2]. Pues
si el ingenio humano, ayudado de solo estudio y diligencia humana, puede llegar
a hacer un razonamiento tan perfecto y acabado que ponga en admiración a cuantos
lo oyeren, ¿qué se debe presumir de las obras trazadas y fabricadas por aquella
infinita Sabiduría, en cuya comparación toda la sabiduría de los querubines es ignorancia,
especialmente en las obras mayores de que aquí comenzaremos a tratar?. De las
cuales quien no se espanta y queda como
atónito considerándolas, es porque totalmente no las entiende, porque la
majestad y resplandor de ellas le ciega la vista.
Comenzando por la obra de la creación,
digo que aunque fuese verdad lo que dice sant Agustín, y parece sentir el
Eclesiástico[3], que Dios crió toda esta
tan grande fábrica del mundo con todo lo que hay en él juntamente, mas con todo
eso, con sumo y divino consejo repartió Moisés las obras de la creación en seis
días[4].
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. IX,
F.U.E. Madrid 1996, p. 124-5
No hay comentarios:
Publicar un comentario