Ni aún a los lobos, con ser animales tan infieles,
falta otra industria semejante, porque a todo proveyó aquel divino Presidente.
Pues cuando ellos pasan algún río impetuoso, por que la corriente no los lleve
tras sí, ásense con la boca fuertemente a las colas unos de otros, y así juntas
como en un escuadrón las fuerzas de todos, resisten a la corriente y pasan
seguros. Este mismo ejemplo de caridad tenemos en otros animales, aunque fieros,
que se regalan y lamen las llagas unos a otros, como hacen los bueyes, los
perros, los gatos, los leones y los osos. Y asimismo se rascan unos a otros,
cuando ellos no lo pueden hacer por sí.
Acerca de lo cual no dejaré de contar
lo que vi en dos animales indignos de ser aquí nombrados, de los cuales el uno
con sus colmillos y dientes rascaba todo el cuerpo del otro de cabo a cabo. Y
el que recibía este beneficio, parece que tenía gran comezón en una pierna, la
cual él extendió hacia fuera. Y el bienhechor queriendo recibir el mismo
beneficio, se tendió, poniendo las manos y el hocico en tierra, y entonces el
que lo había recibido, le satisfizo con el mismo oficio, pagando en la misma
moneda la buena obra recibida.
Pues ¿qué es esto sino un grande ejemplo
con que el Criador condena la poca caridad y agradecimiento de los hombres?
¿Qué es esto sino abrir nuestras bocas para que considerando hasta dónde se
extiende su providencia, digamos con los serafines que el cielo y la tierra
están llenos de su gloria?[1].
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. IX,
F.U.E. Madrid 1996, p. 205
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