Cronológicamente el
primero de nuestros grandes escritores religiosos, que representa la
transición o puente entre el período asimilativo y el de genuina producción
nacional, fray Luis de Granada, nació en la ciudad de su nombre en 1504. Llamábase
en el siglo Luis de Sarria y sus padres, oriundos de Galicia, eran de modestísima
posición. Quedó huérfano de padre a los cinco años, y su madre tuvo que trabajar
como lavandera en el convento de dominicos de Santa Cruz de Granada. El conde de
Tendilla, movido por la vivacidad del muchacho, lo protegió y nombró paje de
sus hijos. En 1525 profesó Luis de Sarria en el convento mencionado y estudió
luego en el de San Gregorio de Valladolid, donde fue compañero de fray Bartolomé
Carranza y Melchor Cano. En Córdoba,
donde contribuyó activamente a la restauración del convento de Scala Coeli,
conoció y trató al Beato Juan de Ávila, de quien recibió notable influjo. Marchó
más tarde a Portugal, donde residió gran parte de su vida; ocupó importantes
cargos, llegando a Provincial de su orden en dicha nación después de haber
rechazado el obispado de Viseo y el arzobispado de Braga, para dedicarse a la
predicación, en la que destacó sobremanera, siendo estimado como uno de los
mayores oradores de su tiempo. De carácter ingenuo y sendillo, se dejó engañar
por una monja milagrera del convento de la Anunziata de Lisboa, que fingía llagas y otras
supercherías; pero descubierto su error, lo reconoció al punto, y su rectificación
le inspiró uno de sus más famosos sermones, llamado ‘de las caídas públicas’
sobre el pecado de escándalo. Murió poco después, ya octogenario (1588),
rodeado de la general admiración.
JUAN
LUIS ALBORG, Historia de la Literatura española, t. I: Edad Media y
Renacimiento, ed. Gredos, Madrid 1975, p. 879
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