La
Introducción del
Símbolo de la fe es a la vez la obra maestra y la más extensa de fray Luis:
‘enciclopedia de la religión cristiana a la luz de la concepción española del
mundo’ como la llama Pfandl. Consta la obra de cuatro partes esenciales: en la
primera se extiende en comentarios sobre las bellezas de las cosas creadas –el
firmamento, los elementos, los animales, las plantas, el hombre con sus
potencias y sentidos-, para elevarnos por su contemplación hacia el
conocimiento y el amor de Dios (y ésta es la parte de su producción donde
abundan especialmente las maravillosas descripciones de la naturaleza que hemos
mencionado); en la parte segunda canta las excelencias de la fe, exponiendo los
fundamentos de la doctrina cristiana y las diez y seis preeminencias del
Cristianismo, y refiere la historia de diversos mártires con cuya fortaleza se
entroniza el triunfo de la religión de Cristo sobre la idolatría; la parte
tercera explica el misterio de la
Redención, con los veinte frutos del árbol de la Cruz, las figuras alegóricas
del misterio de Cristo en el Antiguo Testamento y las enseñanzas de los
profetas, representando en su conjunto un tratado de divulgación
bíblico-teológica; en la parte cuarta torna al misterio de la Redención, pero
explicándolo a través de las profecías, siendo aquí donde alcanza la obra una
mayor profundidad doctrinal, que no impide las frecuentes bellezas, aunque
tengan éstas mayor lugar en la primera parte. Expone en ésta, como idea
fundamental, la estimación que debemos hacer de la hermosura de las criaturas
como reflejo de Dios y camino hacia Él: ‘El justo –dice- ha de mirarlas como a
unas muestras de la hermosura de su Criador, como a unos espejos de su gloria,
como a unos intérpretes y mensajeros que le traen nuevas dél, como a unos
dechados vivos de sus perfecciones y gracias, y como a unos presentes y dones
que el esposo envía a su esposa para enamorarla y entretenerla hasta el día en
que se hayan de tomar las manos y celebrarse aquel eterno casamiento en el
cielo. Todo el mundo le es un libro, que le paresce que habla siempre de Dios,
y una carta mensajera que su amado le envía, y un largo proceso y testimonio de
su amor’. Comentando este párrafo escribe Menéndez Pelayo:
‘A desarrollar esta
idea ha consagrado el venerable granadino una parte muy considerable de su Introducción
del Símbolo de la fe, obra para la cual le dieron la primera inspiración y muchos materiales los dos Hexaemerones
de San Basilio y de San Ambrosio, y los Sermones de la Providencia, de
Teodoreto. Esta hermosísima descripción de las maravillas naturales bajo el
aspecto de la armonía providencial, debe citarse como uno de los primeros ensayos de la parte que
hoy llamamos 'física estética', aunque aparezca infestada de los errores
dependientes del atraso de las ciencias naturales en el siglo XVI. Pero si
falta muchas veces exactitud, y el autor se deja ir con nimia credulidad a
tener por cosa cierta cuanto ve escrito en Plinio y en Solino, jamás pierde las
ventajas de su magnífica elocuencia, empapada en un amoroso sentimiento de la
naturaleza, muy raro en nuestra literatura, y más en la del Siglo de Oro
JUAN
LUIS ALBORG, Historia de la
Literatura española, t. I: Edad Media y Renacimiento, ed.
Gredos, Madrid 1975, p. 883-4
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