En efecto, no hay palabras para expresar
el gozo de la santísima Virgen al encontrar
a su Hijo, buscado con tanto dolor, por mucho que se diga o por muy adecuado
que parezca. Tanto su tristeza como su alegría las explica elegantemente el
poeta Sannazaro, cuyo delicioso poema he decidido añadir aquí, para placer de
los lectores. Él, pues, pone a David en el limbo de los justos, profetizando y
hablando con la Virgen
santa:
Cuando doce sean las primaveras de tu Hijo,
Y hayas superado peligros sin cuento,
Gemirás desde el arcano de tu corazón,
Y pondrás al cielo de testigo de tu continua oración.
Cuántas veces has salido a la puerta a llamarlo,
Y lo has esperado gozosa a la mesa,
Pero hoy tu búsqueda es vana: no verás al que te pide
Un beso, ni al que vuelve a casa, cuando se hace de noche.
Correrás de un lado a otro, enloquecida, tres días con sus noches
Con el corazón deshecho en llanto, sin que el sueño te rinda.
Y revolviendo el cielo con la tierra, entre lamentos,
Lloraréis sin consuelo alguno,
Tú y José. Pero en la cuarta salida de Lucifer
Cuando levante el aire purpúreo del mar ondulante,
Ofrecerá el hallazgo a los que lo buscan.
¡Oh qué lágrimas, oh qué besos, madre,
Qué abrazos le darás mezclando el llanto con la risa,
Cuando veas al Hijo ante el altar del Padre, sentado en el templo,
Seduciendo a los ancianos con palabras y ganándose sus corazones,
Mientras la misma asamblea admira
Las primicias extraordinarias de un Niño, garantía
De un corazón sagaz y esplendor de una mente creada[1].
Cuando doce sean las primaveras de tu Hijo,
Y hayas superado peligros sin cuento,
Gemirás desde el arcano de tu corazón,
Y pondrás al cielo de testigo de tu continua oración.
Cuántas veces has salido a la puerta a llamarlo,
Y lo has esperado gozosa a la mesa,
Pero hoy tu búsqueda es vana: no verás al que te pide
Un beso, ni al que vuelve a casa, cuando se hace de noche.
Correrás de un lado a otro, enloquecida, tres días con sus noches
Con el corazón deshecho en llanto, sin que el sueño te rinda.
Y revolviendo el cielo con la tierra, entre lamentos,
Lloraréis sin consuelo alguno,
Tú y José. Pero en la cuarta salida de Lucifer
Cuando levante el aire purpúreo del mar ondulante,
Ofrecerá el hallazgo a los que lo buscan.
¡Oh qué lágrimas, oh qué besos, madre,
Qué abrazos le darás mezclando el llanto con la risa,
Cuando veas al Hijo ante el altar del Padre, sentado en el templo,
Seduciendo a los ancianos con palabras y ganándose sus corazones,
Mientras la misma asamblea admira
Las primicias extraordinarias de un Niño, garantía
De un corazón sagaz y esplendor de una mente creada[1].
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXVI, F.U.E. Madrid 2000, p. 17
Transcripción y traducción de Mª del Mar Morata García
de la Puerta
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