Celebramos
hoy entre tantos prodigios un milagro nuevo: la luz de una estrella y tres
Magos nos llaman a todos los pueblos a la fe. Es maravilloso, dice san Máximo,
que Cristo naciera de la Virgen ,
y lo es igualmente que fuera mostrado desde el cielo; es maravilloso que la
tierra recibiera al hombre nuevo, y
también que una estrella nueva mostrara desde el cielo a ese hombre nuevo. En
Judea Cristo niño llora en un pesebre entre pastores, y en Caldea brilla entre
los astros a los ojos de los Magos. En Belén le da pecho su madre, en Caldea le
adoran los Magos. En Judea envuelto en pobres pañales, brilla glorioso entre
los gentiles. Era ciertamente necesario que al Señor de los cielos precediera
un signo del cielo, y al que es autor de la luz una señal luminosa. De este modo
el Señor viene humildemente en carne, pero tan admirable como humilde, para que
a la vez brillaran en él la verdad de la carne asumida y la naturaleza de su
inefable divinidad, y aunque le recibiera al nacer una cuna terrenal, una señal
del cielo diera fe que no era él de la tierra[1].
Para hablar hoy de este misterio,
invoquemos suplicantes la ayuda divina por mediación de la santísima Virgen.
AVE, MARÍA
Fray
Luis de Granada, Obras Completas, t. XXV,
F.U.E. Madrid 2000, p. 252-3
Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía
Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía
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