Fray Luis dedicó su sermón a don Juan de Ribera: es la
primera vez que encontramos juntos a fray Luis y a Ribera, entre los que está
naciendo, o ha nacido ya, una amistad entrañable[1]. Una
amistad que, como casi todas las de fray Luis con obispos, está tensada por
tirantes de preocupación reformista.
¿Quién es don Juan de Ribera? ¿Cómo se
conocieron? ¿Cómo intimaron sin llegar nunca a verse cara a cara? [2].
Juan de Ribera había nacido en Sevilla, en 1532, de
una relación de don Perafán de Ribera, duque de Alcalá y luego virrey en
Nápoles con Teresa de los Pinelos…
Esta amistad que brotó a raíz de la aparición
del Libro –Sotomayor había sido el censor- cuajó rápidamente, y a la altura en
que estamos, 1565, es ya antigua, honda, fructuosa, bella, eclesial.
Don Juan de Ribera fue preconizado
obispo de Badajoz el 27 de mayo de 1562. Su entrada en la diócesis fue un
acontecimiento, no tanto por la gallardía y la juventud de don Juan cuanto por
su voluntad de ser un obispo tridentino. ¡Nobleza obliga! ¡Obispado también!.
Fray Luis había predicado mucho por
tierras de Badajoz, y, por consiguiente, conocía la diócesis y sus necesidades.
Es natural que, siendo amigos, se carteasen; y que siendo fray Luis más viejo y
experimentado, echase la mano del buen consejo.
Del 15 de noviembre de 1565 es una carta
de fray Luis, en la que espolea al obispo amigo. El valor autobiográfico del la
carta se me antoja excepcional, y ahí va:
Reverendísimo y muy Ilustre Señor:
Con la licencia que Vuestra Señoría me
tiene dada por ciego, tomo atrevimiento a escribirle por mano ajena, aunque
quisiera no serlo, para que los negocios en que ahora anda, que son los mayores
que puede haber: porque todo el peso de la salud del mundo pendía de este
Concilio universal (Trento)y de la ejecución que se ha de proveer de los
Concilios provinciales, porque lo uno sin lo otro no basta, como para ver de
entender no basta el entendimiento posible si no hay entendimiento agente. Pero
como las llagas de la Iglesia
son tan grandes y tan antiguas, no me parece que se pueden curar con solos
tinta y papel, quiero decir con solas ordenaciones y palabras, si no hay juntamente obras y vida
en los que son cabezas de la
Iglesia , porque a éstos seguirán luego los inferiores, 'iuxta
illud: qualis rector civitatis, tales et inhabitantes eam'[3].Y
si a esto no mueve a los prelados la calamidad presente de la Iglesia , no sé qué cosa
haya en el mundo que los pueda mover: porque con estar la Cristiandad estrechada
en un rincón de Europa, en nuestros días se ha perdido con tantas herejías no
sólo un reino, sino muchos reinos y provincias y cuasi la mitad de la Cristiandad. Y
sabemos que esta tan grande tempestad tomó ocasión de las personas
eclesiásticas; y así, todo el intento de esta secta perversísima es querer que
no haya Iglesia, pretendiendo destruir y anular todas las religiones y todos
los grados de la jerarquía eclesiástica; y así Nuestro Señor ha permitido por justo,
aunque oculto juicio, que en tantas parte la hayan extinguido. Y mucho es para
temer que, no habiendo en la
Iglesia reformación, el mismo Dios y la misma causa,
pronuncia la misma sentencia, mayormente viendo que no escarmentamos en cabeza
ajena: porque así lo hizo Dios con el reino de Judea, viendo que no había
escarmentado con en castigo del reino de Israel, y así dice por Ezequiel: et
vidit praevaricatrix Juda quod pro eo quod moechata esset adversatrix soror
eius Israel, abiecissem eam, et dedissem ei libellum repudii, et non timuit, etc.
Y luego añade: in via sororis tuae ambulasti, calicen sororis tuae bibes[4].
Ni debemos confiar en decir que no le
queda a Dios altar libre en el mundo si España se pierde, porque tampoco le
quedaba después de destruido Israel más que solo Judea, y, porque continuó sus
pecados, dixit Dominus: etiam Judam auferam a facie mea[5], y
así lo hizo.
Ni tampoco debemos confiar en la
potencia de España y autoridad del Santo Oficio que defiende la fe, porque
cuando hay pecados y Dios quiere castigar, ni la potencia del Imperio romano
basta contra su ira, ni otras monarquías tan poderosas, que por esta causa se
deshicieron. Y en harto peligro se vio ahora la Cristiandad si Malta
se tomara (por los turcos). Y ya otra vez se perdió España por pecados que ahora
le faltan, mayormente llegando ya las herejías a los montes Pirineos. Florentísimo
y segurísimo reino fue siempre el de Francia, y el otro día estuvo a punto de
perderse con una revuelta con ocasión de las herejías. Y si estas tan grandes, tan
presentes y tan vecinas llamas y castigos de Dios no bastan para mover a los
prelados a reformar sus casas y cortar un poco de lo que arrastra, sospecharé que
vendrán a cumplirse en nosotros aquellas palabras del Señor que en el libro de
Josué se escriben: Domini enim sentencia fuerat, ut indurarentur corda eorum (regum
scilicet Canaam) et caderent, et nullam mererentur clementiam[6]. Crea
Vuestra Señoría que, según los pecados que veo en el mundo, y los gastos y
excesos en comer, y beber, y vestir, y jugar, he gran miedo a algún azote
grande.
La reflexión apocalíptica prosigue a ojo abierto y
dolorido. Nos imaginamos a don Juan de Ribera conturbado por su lectura. Lo que
fray Luis trata de inculcarle es la realización vital del programa de reforma
esbozado en Trento, y que no se quede en papel entintado. A Ribera se le
presentaba una gran ocasión: el concilio de la provincia compostelana, a la que
pertenecía Badajoz, y que se iba a celebrar en Salamanca. Al unísono con fray
Luis, San Juan de Ávila espoleó por su parte, a don Cristóbal de Rojas, obispo
de Córdoba, en quien, por la desdicha del titular, recayó la presidencia del
Concilio provincial de Toledo
Maestro y discípulo, Ávila y fray Luis,
aparecen en aquella coyuntura desvelados por el ‘negocio de la Cristiandad ’. Que era,
en resumidas cuentas, negocio de reforma. No de ‘autos de fe’, ni de
encarcelamientos, ni de ‘Catálogos’ y vedas de libros, medidas todas negativas
o, a lo más, preventivas[7].
[1] Cf. JEDIN, HUBERT, Il tipo
ideale de vescovo secondo la reforma católica, Brescia 1950
[2] HUERGA, ALVARO, San Juan
de Ribera y fray Luis de Granada: dos cuerpos y una misma alma Teología
espiritual 1961, p. 105-132; Fray Luis de Granada, B.A.C., Madrid 1988, p
169-172
[3] Ecl 10, 2
[4] Jer 3, 8 y Ez 23, 31-2
[5] Re IV, 23, 27
[6] Jos 11, 20
[7] Tomado de HUERGA, ÁLVARO,
Fray Luis de Granada, B.A.C., Madrid 1988 p.169 -172
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