sábado, 9 de junio de 2012

Sermones de tiempo: el Corpus Christi II

Hay en el salmo 71 un testimonio riquísimo y admirable de este sacrificio y este pan: un salmo que casi todos los rabinos lo atribuyen al Mesías. En la edición vulgata dice así: En su tierra aun en la cima de los montes habrá sustento. El obispo Pablo de Burgos afirma que la versión Caldea pone: Habrá una tortita ( de trigo) sobre la cabeza de los sacerdotes. En su versión e interpretación los rabinos no disienten en absoluto de esta tendencia y esta traducción. Unos tradujeron: Habrá una torta de trigo sobre la tierra en la cima de los montes. Y otros: Habrá un sacrificio de pan sobre la tierra en la cima de los montes. Estos montes son los que la versión caldea antes citada llama cabeza de los sacerdotes. Estos son los montes aquellos, de los que el salmista había dicho poco antes: Reciban del cielo Los montes la paz para el pueblo

Por estas interpretaciones deducimos claramente que Cristo no es sólo pan, que nos sustenta en la vida espiritual, sino también sacrificio, que ofrecemos al Padre eterno por nuestros pecados. Pues consta en la tradición de los propios hebreos, que el salmo citado se refiere al reino del Mesías, del que atestigua el Espíritu Santo en el salmo 109 que sería sacerdote eterno según el orden de Melquisedec.

Lo mismo que en la ley antigua todos los sacrificios y la inmolación de animales representaban el verdadero sacrificio y la muerte de Cristo sumo sacerdote, así antes de la ley también Melquisedec, sacerdote y rey, ofreciendo a Dios en sacrificio el vino y el pan, representaba la figura de este sacramento y a la vez sacrificio divino.

Antes del sacrificio verdadero y saludable del mundo, el Padre eterno se alegraba con la imagen de su Hijo, y quería que los justos (mientras la verdad estaba ausente) se ejercitaran en ofrecer y contemplar estas imágenes. Es en verdad un gran consuelo para los amantes, mientras el amado está ausente, deleitarse con algo que exprese su viva imagen.

Igual que Melquisedec ofrecía el pan y vino a Dios en un sacrificio, que era, hemos dicho, figura del nuestro, así Cristo Señor, sacerdote nuestro según el mismo orden de Melquisedec, ofreció en la última cena el sacrificio verdadero del pan y del vino y lo dejó a los demás sacerdotes para que lo ofrecieran. Esto significa aquella torta de trigo que en la cabeza de los sacerdotes se anuncia para ser ofrendada: a ésta la elevamos todos los días sobre nuestras cabezas, cuando levantamos al cielo la sagrada hostia para que el pueblo la adore, y la ofrecemos a Dios Padre. Con esta interpretación concuerda la versión de san Jerónimo, quien en lugar de sustento traduce trigo memorable. Como nuestro Mesías no iba a traer al mundo abundancia de trigo o riquezas terrenales, sino espirituales y celestiales, este trigo memorable, que él nos iba a dar, es aquel pan vivo que se exhibe para ser consagrado, comido y ofrecido a Dios Padre en memoria de aquel sumo sacrificio.

De este testimonio tan ilustre, aceptado incluso por los enemigos de la verdad, podemos valernos contra ellos y contra los herejes de nuestro tiempo. Como se valió de él contra aquellos Juan Esquio, acérrimo defensor de nuestra fe.

Luego, por ser este sacramento además sacrificio, es vivificador y saludable no sólo para el que comulga o lo ofrece, sino también para toda la Iglesia, por la que se ofrece. Y no sólo importa a los vivos, sino también y mucho, a los muertos que en el purgatorio borran con fuego las manchas de su vida anterior.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXV, F. U. E. Madrid 2002, p. 275-7
(Traducción Ricardo Alarcón Buendía)




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