sábado, 27 de abril de 2013

S. Isidoro. haz penitencia cuando estás sano


Lo mismo dice sant Isidoro por estas palabras: El que quiere a la hora de la muerte estar cierto del perdón, haga penitencia cuando está sano, y entonces llore sus maldades. Mas el que habiendo vivido mal, hace penitencia a la hora de morir, este corre mucho peligro, porque así como su condenación es incierta, así su salvación es dudosa[1].


                             
San Isidoro en la Catedral de Murcia


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. VI, F.U.E. Madrid 1995, p. 279



[1] S. ISIDORO, Sententiarum, lib. II, 13: PL 83, 616

San Isidoro: la oración es atenta devoción


Mas para que la oración, hermanos, tenga todas las ventajas o utilidades que he desgranado, se requiere que está acompañada de ciertas condiciones, sin las cuales no será fructuosa. La primera en la atención; sin ella apenas merece el nombre de oración. Porque, como dice san Isidoro, ¿Qué aprovecha el ruido de los labios, si está mudo el corazón?. El sonido sin modulación se parece al gruñido de los cerdos; la oración es atenta devoción, es como el bramido de los toros. Esto es lo que dice Isidoro[1].


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXIII, F.U.E. Madrid 2002, p. 153



[1] S. ISIDORO, Sententiarum, III, 7: PL 83, 672

San Isidoro. 'infernus'

      Y después de la resurrección general atormentará también los cuerpos, a los cuales no menos atormentará el horror del lugar adonde han de penar, que es el infierno, el cual es, como dice sant Isidro, lago sin medida, profundo sin fondo, lleno de ardor incomparable, y dolores innumerables, y de tinieblas palpables, donde ninguna orden hay sino horror y espanto perdurable, de donde están desterrados todos los bienes, y están aposentados todos los males[1].

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XIII, F.U.E. Madrid 1997, p. 241



[1] Cf. S. ISIDORO, Etimologiarum, XIV, 9, V, infernus: PL 82, 525-6: Synonimorum, I, 73: PL (3, 844; De ordine creaturarum, 13: PL 83, 945

martes, 23 de abril de 2013

El poder de la oración

     Y por Isaías promete el mismo Señor, diciendo: Entonces, conviene saber, cuando hubieres guardado mis mandamientos, invocarás, y el Señor te oirá, llamarás, y decirte ha: ‘Cátame aquí presente para todo lo que quisieres’[1]. Y no sólo cuando llaman, sino aun antes que llamen promete por este mismo profeta que los oirá. Mas a todas estas promesas hace ventaja aquella que el Señor promete por San Juan, diciendo: Si permaneciéredes en mí, y guardáredes mis palabras, todo cuanto quisiéredes pediréis, y hacerse ha[2]. Y porque la grandeza de esta promesa parecía sobrepujar toda la fe y credulidad de los hombres, vuélvela a repetir otra vez con mayor afirmación, diciendo: En verdad, en verdad os digo que cualquiera cosa que pidiéredes al Padre en mi nombre, os será concedida[3]. Pues ¿qué mayor gracia, qué mayor riqueza, qué mayor señorío que éste? Todo cuanto quisiéredes, dice, pediréis, y hacerse ha. ¡Oh palabra digna de tal prometedor! ¿Quién pudiera prometer esto, sino Dios? ¿Cúyo poder se extendiera a tan grandes cosas, sino el de Dios? Y ¿qué bondad se obligara a tan grandes mercedes, sino la de Dios? Esto es hacer al hombre en su manera señor de todo; esto es entregarle las llaves de los tesoros divinos. Todas las otras dádivas y mercedes de Dios, por grandes que sean, tienen sus términos en que se rematan; mas ésta entre todas, como dádiva real de Señor infinito, tiene consigo esta manera de infinidad, porque no determina esto ni aquello, sino todo lo que vosotros quisiéredes, siendo cosa conveniente para vuestra salud.. Y si los hombres fuesen justos apreciadores de las cosas, ¿en cuánto habían de estimar esta promesa? ¿En cuánto estimaría un hombre tener tanta gracia y cabida con un rey, que hiciese de él todo lo que quisiese? Pues si en tanto se preciaría esto con un rey de la tierra, ¿cuánto más con el Rey del cielo?.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. VI, F.U.E. Madrid 1995, p. 228



[1] Is 58, 9
[2] Jn 15, 7
[3] Id. 16, 23

Milagro de los santos corporales de Daroca

        DE OTROS MILAGROS SEÑALADOS DE NUESTRA EDAD

    Algunos piensan que los milagros son cosa pasada, para convencerles se incluirán algunos más cercanos. En 1.239, durante una batalla entre los ejércitos moro y cristiano, sucedida en el reino de Valencia, se guardaron unas formas consagradas bajo una piedra, porque los moros les atacaban; los cristianos después de la victoria quisieron terminar la misa y comulgar, fueron al lugar donde habían dejado las formas y las encontraron ensangrentadas. Quisieron averiguar el sitio donde Dios quería depositarlas, se pusieron las formas a lomos de una mulilla, que las llevó en sus corporales a Daroca y murió. En recuerdo de este milagro tan conocido, el día del Corpus se celebra una fiesta con la exposición de la Hostia: Venid…dad crédito a vuestros ojos…adorad con nosotros al Señor allí presente, invita fray Luis de Granada a los herejes de su tiempo. (Adaptación de A. Llamas)

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. X, F.U.E. Madrid 1996, p. 281-3

De los nombres de Cristo

         La obra más sólida y acabada de fray Luis de León, y quizá de la literatura española, sin hacer concesiones fáciles a la hipérbole, es el libro de los Nombres de Cristo, cuya sola mención llena el alma de sonoridades y de pensamientos altos. A pesar de haber sido concebida entre las paredes desnudas de una prisión angosta, poblada de medrosos silencios y acosada de sombras hostiles, es esta obra un prodigio de serenidad y de equilibrio. La hondura teológica se concierta con la cálida vibración humana. El contenido fuego interior acendra como el oro, las palabras nacidas de la maternidad de las ideas fecundadas por el amor. Porque los Nombres de Cristo es un libro escrito con amor; con el gozo y el dolor de las creaciones perdurables…
         La idea de Cristo, centro y gravedad del Universo, razón de ser del mundo y forma de su ser, para quien fueron hechas todas las hermosuras criadas que viven de su hermosura y de su luz, y que es la perfección y la gracia de todas las cosas, es la idea central e inspiradora de esta obra de fray Luis…
      Fray Luis de León en los Nombres de Cristo recogió la idea cristocéntrica, entrañada profundamente en la médula teológica de España, desde que España fue unidad y sintió con dramática urgencia su misión sobrenatural, y le dió forma radiante y definitiva en la prosa cálida y vivífica de los Nombres de Cristo. El pensamiento esencial de España giraba explícita o implícitamente en torno a Cristo. Fray Luis se adueña poderosamente de esta idea central, como Calderón se adueñó de la idea acuciante de La vida es sueño, latente en todas las civilizaciones, y halló la fórmula expresiva, el acento inmortal. Y fue el intérprete admirable de la España teológica, que había puesto a Cristo en el vértice de todas sus aspiraciones humanas y divinas. En él la idea se hizo verbo. En él la palabra, tallada y pulimentada con un propósito arquitectural, se hace ardorosamente lírica. El acertó a erigir a Cristo, alma de la Nación, a quien todo le rinde pleitesía de servicio para la perfección, no de Cristo, sino de los hombres y de las cosas, ese monumento de perdurable hermosura que son los Nombres de Cristo.
         Fray Luis es el incomparable cantor de la humanidad de Cristo. Él recoge y organiza en un cuerpo sólido de doctrina las ideas dispersas e insistentes en las Sagradas Escrituras y en los santos Padres, sobre todo en San Agustín, en torno a Cristo humanado, que se encarna, no sólo como remedio misericordioso de nuestras culpas, sino como fin primordial de la creación y término preferente de las divinas comunicaciones; y así los Nombres de Cristo se convierten en un cántico apasionado y armonioso de la Encarnación, en el tratado más elocuente y perfecto DE VERBO INCARNATO.

FRAY LUIS DE LEÓN, Los Nombres de Cristo, BAC, Madrid p. 339-342
Introducción por el R. P. Félix García, a Obras Castellanas Completas, Madrid, B. A. C., 1944

domingo, 21 de abril de 2013

El buen Pastor


                                                   SERMÓN 112

DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE PASCUA (TERCERO DE TIEMPO PASCUAL), SERMÓN PRIMERO
EN EL QUE SE EXPLICA EL EVANGELIO DEL DÍA Y SE TRATA TAMBIÉN DEL AMOR DE CRISTO A SUS OVEJAS

TEMA: Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas; y mis ovejas me conocen a mí; como el Padre me conoce, yo conozco al Padre (Jn 10, 14-5).

1. Muy amados hermanos: la Iglesia ha estado celebrando desde el día de pascua hasta hoy los misterios de la pasión y de la resurrección del Señor con el propósito de ablandar los corazones endurecidos de los hombres y moverlos a la vida virtuosa. Pero los hombres se envuelven en sus ocupaciones y pasatiempos y se olvidan fácilmente de los beneficios divinos. Por esto la Iglesia trata de recordarles los mentados y otros nuevos. Hasta ahora los de su pasión, muerte y resurrección; ahora quiere presentarnos los de su vida pasada en la tierra con los hombres y los que continúa haciéndonos desde el cielo. El eje de esta enseñanza se centra en la imagen y parábola del buen pastor, esto es, el guardián de nuestra vida y su rector. Bajo cualquier prisma que mires a Cristo, ora viviendo, ora muriendo, ora, en fin, reinando en el cielo, siempre será para ti guía segura. El cordero de la ley vieja se comía entero[1]. El Cristo es el cordero de la Ley nueva, y nada hay en Él que no sea saludable al género humano.

2. Igualmente, en las piedras preciosas nada hay que no sea brillante: por cualquier parte que las mires resplandecen. Pues bien: estas metáforas -pastor, piedras preciosas- se aplican con fundamento a Cristo. Acertadamente la esposa del Cantar de los cantares, después de mil elogios al esposo, termina diciendo que nada hay en él que no sea hermoso y deseable[2], porque todo en Cristo enciende en los corazones el amor de las almas.
Hoy tengo que predicar de la caridad del Señor y de sus manifestaciones. Ayudadme a implorar rendidamente el auxilio divino por intercesión de la Santísima Virgen:

                                                    AVE, MARÍA

3. Yo soy el buen pastor, etc. Hermanos, a nuestro Salvador se le dan muchos nombres en la Biblia. Cada aspecto o beneficio suyo dio ocasión a que los hagiógrafos lo designasen con un nombre. Así unas veces lo llaman Rey, otras Sacerdote, otras Médico, otras Maestro, otras Fuente de la vida, otras Pan vivo, otras Luz del mundo. La razón de la variedad es distinta; el objeto el mismo. Le apellidan Rey, porque nos gobierna y nos defiende del enemigo; Sacerdote, porque con el sacrificio de su cuerpo aplacó al Padre, airado contra nosotros; Médico, porque con sus llagas curó nuestras heridas, como dice el profeta[3]; Maestro, porque en el evangelio nos enseñó claramente la doctrina celestial, que estaba en el claroscuro de la Ley vieja; Fuente de vida, porque con su muerte nos libró de la muerte a que estábamos destinados y nos verificó; Pan vivo, porque con el sacramento de su cuerpo precioso nos alimenta; Luz del mundo, porque a los que habitábamos en las tinieblas y en sombras de muerte nos iluminó con el resplandor de su luz[4], y condujo a las mentes ciegas al camino que desconocían.
Con estos y muchos otros nombres se le nombra. Ninguno, como veis, es de terror o de miedo, más bien de amor y de piedad, como el mismo Señor indicó: me he hecho semejante en manos de los profetas[5], frase que quiere decir que con éstos y otros nombres manifestó a los hombres sus entrañas de caridad y misericordia, para que a la vista de tantos benficios los hombres le pagasen con la misma moneda. Este es el significado de la voz asemejar, como en aquel pasaje de Isaías: te di un nombre glorioso, y tú no me conociste[6].
Entre los varios nombres, en el evangelio de hoy, y a lo largo de todo el capítulo décimo de San Juan, el Señor elige para sí el nombre de PASTOR, y para los fieles el de OVEJAS. Y usa copiosamente estas metáforas, exponiendo las tareas de la cura pastoral y la vida y costumbres de las ovejas. Mas no sólo en el evangelio aparece el nombre de pastor, sino también en otros libros del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el vaticinio del profeta Ezequiel, el Padre anuncia: pondré sobre ellas un pastor, mi siervo David; él las apacentará como buen pastor, y yo, el Señor, seré Dios para ellas, y mi siervo David el guarda en medio del rebaño[7]. Es obvio que el texto no se refiere al rey David, muerto muchos años antes, sino a Jesucristo, de la estirpe de David según la carne, destinado por Dios para mayoral de los pastores. También Isaías lo apellida pastor, refiriéndose a Él y a su misión: Él apacentará a su rebaño como pastor, Él reunirá con su brazo, él llevará en su zurrón los corderos y cuidará de las paridas[8]. El evangelio usa palabras más llanas: cargara sobre los hombros la oveja descarriada[9]. Estos textos nos presentan al pastor siempre con sus ovejas: unas veces las guarda, cayado en mano; otras las lleva al hombro, otras en el zurrón (en el seno dice la letra), otras en los brazos. Isaías usa una expresión aún más fuerte: los que sois llevados en mi vientre, y gestados en mi matriz[10]. Con toda razón, pues, pudo el Señor decir: Yo soy el buen pastor[11]. En griego se lee’ yo soy aquel pastor, aquel bueno’, precisando la índole de la cura pastoral que los antiguos profetas predijeron.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p. 242-7

Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo





[1] Cf. Ex 12, 9
[2] Cf. Ct 5, 17
[3] Is 53, 5
[4] Sal 106, 10
[5] Is 12, 13
[6] Is 45, 4
[7] Ez 34, 23-4.
[8] Is 40, 11
[9] Cf. Lc 15, 5
[10] Is 46, 3; cf. 49, 1
[11] Jn 19, 11

viernes, 19 de abril de 2013

La virtud y poder de su Espíritu


Estas son aquellas siete cabezas del dragón y los diez cuernos que vio san Juan en el Apocalipsis[1], con los que el gran dragón, rufo con la sangre de los santos mártires, defendía su reino por medio de los reyes vasallos. Pues el Unigénito Hijo de Dios se vino para librarnos de la diabólica tiranía, y arrojar fuera al Príncipe de este mundo por medio de su cruz y de su muerte, según anunció: Ahora es el juicio del mundo, ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando fuere levantado de la tierra –esto es, en la cruz-, atraeré a mí todas las cosas[2]. Es decir, cuando el tirano del mundo sea echado fuera, el legítimo Señor ocupará el trono del universo, con su muerte venció al que imperaba en ella, y así libró a todos  los que, por miedo a la muerte, rindieron servidumbre al demonio durante toda la vida. El profeta Isaías cantó esta liberación. En aquel día castigará Yavé con su espada de acero, grande y de dos filos, a Leviatan, serpiente larga y escurridiza, y matará al dragón que está en el mar[3]. Dice larga por la vastedad de sus dominios, y escurridiza, por sus disimulos o astucias para hacer daño. A este terrible adversario, que lo asolaba todo en el mar del mundo, lo quitó el Señor de enmedio, y lo domeñara con su espada de dos filos, es decir, con la virtud y poder de su Espíritu.



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p. 386-9
Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo


[1] Cf. Ap 17, 12
[2] Jn 12, 31-2
[3] Is 27, 1

El divino Jardinero

        El divino Jardinero limpia el alma de malas yerbas, y ahuyenta los gusanos que roen las plantas y las bestias que las destruyen, según lo asegura por Ezequiel: y alejaré las bestias malas del huerto y dormirán tranquilos los que habitan en el bosque[1]. Además lo valla con la ley divina, lo amuralla con instituciones santas, lo asegura con la guarda de los ángeles, y le envía lluvia fecundante a sus debidos tiempos, y plantas, árboles que dan copioso fruto, y lo adorna con flores, y le da cultivo y labranza para que conserve siempre su amenidad y su alegría. Es obvio que todas estas gracias se han de referir no al cuerpo o a los bienes externos, sino a la hermosura del alma y su vida interior: porque la belleza y la gloria de la Esposa no reluce por fuera, sino por dentro[2].

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p. 332-3

Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo




[1] Lv 26, 6; Ez 34
[2] Ct 4, 1 y 3

Las cavernas del alma

          El profeta Isaías columbró lo que había de acontecer con el advenimiento de Jesús: que el infante meta la mano en la guarida del basilisco y la saque llena[1]. Nadie será tan rudo que no comprenda lo que quiere decir la Biblia en este texto. La voz infante es una metáfora, usada para significar a los que Cristo les concedió la potestad, las fieras de los pecados y los engaños camuflados de los demonios y las maldades escondidas en el hondón de las almas. Porque los sacerdotes, en sí infantes, adquieren una fuerza divina, capaz de vencer los pecados, que el profeta designa con el nombre común de fieras. Y habiendo podido obtener el mismo resultado de otra manera, eligió ésta de darle a los sacerdotes poder de perdonar los pecados mediante el sacramento de la confesión. En él los sacerdotes extraen las fieras, digo, los pecados de las cavernas del alma y los destruyen con la piedra del perdón.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p. 206-7

Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo




[1] Is 11, 8

lunes, 15 de abril de 2013

Obsequio a San Carlos, Cardenal Borromeo


A CARLOS, CARDENAL BORROMEO, ARZOBISPO DE MILÁN, FRAY LUIS DE GRANADA DESEA PERPETUA FELICIDAD EN CRISTO

        Reverendísimo e Ilustrísimo Cardenal: Es tanta la dignidad y belleza de la virtud que, después de Dios, nada hay más digno, más bello y más divino que el alma que, desarraigada de las cosas terrenas y hollándolas, se entrega por entero al obsequio y amor de Dios, de modo que, muerta al mundo, para él solo viva, para Él milite, a Él obedezca, en Él  ponga siempre los ojos, toda se derrita en su amor y esté día y noche suspensa en su contemplación, a Él encamine su vida y sus actos, y nada piense más que en agradarle en todo. La hermosura de un alma así, si la viéramos con los ojos del cuerpo, ¿no nos inflamaría en su amor? Porque ¿quién no admira y ama la hermosura y encanto de la virtud, aun en un enemigo? En toda la maravilla del cosmos, ¿hay algo más hermoso o más sublime que la virtud y la piedad cristianas? En verdad, ninguna.
        Pues por eso yo, Eminencia, subyugado y complacido por solo el olor de vuestras virtudes, a pesar de la lejanía y de no conocerle de vista, ni haber recibido cartas ni mandatos, ni esperar premio alguno, siendo ya muy entrado en años, no he cejado de admirarle y amarle y elevar al Señor cotidianas plegarias, valgan lo que valgan. Y no contento con esto, he querido también dedicarle, en testimonio de mi afecto y veneración a vuestra persona, el tercer tomo de mis sermones, que contiene los que se predican desde el Domingo de Resurrección hasta la festividad del Sacratísimo Corpus Christi.
          Lo hago con mayor gusto por tratarse en estos sermones, más que en otros, del misterio del amor de Cristo y del beneficio de nuestra redención, al filo de los textos de los evangelios que se leen en este tiempo litúrgico, y por saber que estos temas son muy dulces y gratos a quienes están ardiendo en amor a Cristo –en cuyo número, por don divino, os puso la divina Bondad-. Estos  misterios nos sirven también para rebatir las calumnias de los herejes, que nos acusan con furia de restar valor y amor a la gracia de Cristo y al beneficio de su redención: son ellos, no nosotros, los que pervierten el misterio de Cristo y la obra redentora por la que el Hijo de Dios nos hace puros e inmaculados y seguidores de su paciencia y obediencia: son ellos los que toman de esta obra ocasión fatua de ociosidad y de condescendencia, en vez de esfuerzo, por el engaño de una vana confianza en sola la gracia de Cristo, prometiéndose la salvación sin la práctica de la dura penitencia y de las buenas obras personales, ni los arredra el temor del infierno, ni los mueve la voz de san Pablo, que dice: no son justos ante Dios los que oyen la Ley, sino los cumplidores de la Ley esos sean declarados justos[1]; ni el ejemplo de las vírgenes necias que tenían incorrupta la lámpara de la fe, mas no el aceite de la caridad, y por eso se les cerró la puerta del reino[2].
        Nosotros, en cambio, ensalzamos la gracia de Jesucristo, nuestra cabeza, y confesamos que es infinita y que aprovecharía a infinitos mundos, si los hubiera: por eso su amor nos enardece y nos afianzamos en sus méritos y sufrimientos con una firme esperanza, e imitamos su humildad, su mansedumbre, su paciencia, su obediencia y las demás virtudes que resplandecen de modo especial en su Pasión. Pues a esas virtudes, y no a la vana confianza de los herejes, vacía en buenas obras, nos acogemos en la contemplación de la Pasión del Señor, secundando la exhortación del apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos. Él, que no cometió pecado ni en cuya boca se halló engaño, ultrajado, no replicaba con injurias, y atormentado, no amenazaba, sino que lo remitía al que juzga con justicia[3].
          Mas de esto basta con lo dicho
       Reciba, por tanto, Vuestra Eminencia, este pequeño obsequio, expresión de mi afecto, y págueme con el don de su benevolencia.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p. 12-17
Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga Teruelo




[1] Rm 2, 13
[2] Cf. Mt 25, 1-13
[3] P I, 2, 21-3

domingo, 14 de abril de 2013

La Resurrección, Poema de Lactancio II

La visión clásica de la muerte en el mundo grecorromano se  transforma con la llegada del cristianismo de una manera inédita en el mundo y en su cosmogonía. Algo nuevo rasga el aire y el hombre se comprende a sí mismo, viendo más allá de sí, por medio de la fe en Cristo resucitado: 

Cesaron los tristes lazos de la ley infernal
Y se espantó el caos de ser vencido por la presencia de la luz.
Perecen las tinieblas ahuyentadas por el esplendor de Cristo:
Cae el denso manto de la noche eterna.
Poder santo, te ruego que me concedas una fe solícita,
Se cumple el tercer día, levántate, oh mi sepultado.
No es conveniente que tus miembros se encubran en un vil sepulcro.
No opriman viles piedras el precio del mundo.
Es indigno que aquel en cuyo puño se encierran todas las cosas,
Una piedra lo cubra en la roca que lo detiene.
Te ruego que quites los lienzos, deja el sudario en el sepulcro.
Tú nos bastas a nosotros, y sin ti nada existe.
Suelta las sombras encadenadas de la cárcel del infierno,
y lleva hacia arriba cuanto cae en el abismo.
Devuelve tu rostro, para que los siglos vean la luz:
Haz volver el día, que de nosotros huye, cuando mueres Tú.
Pero regresando llenaste, ciertamente, el cielo, oh piadoso vencedor,
Los infiernos abatidos están, sin mantener sus derechos.
El infierno abriendo insaciablemente sus fauces vacías,
y que siempre devoraba, se hace, oh Dios, presa tuya.
Sacas de la cárcel de la muerte un pueblo innumerable,
y sigue libre adonde Tú vas, Creador suyo,
La bestia feroz arroja con pavor la multitud tragada,
Y el Cordero saca las ovejas de las fauces del lobo.
De ahí que volviendo al sepulcro después de los infiernos
Y tomando la carne de nuevo,
Llevas al cielo, guerrero, magníficos trofeos.
A los que tuvo el caos penal, ése ya los devolvió;
Y a los que la muerte reclamaba, una nueva vida los mantiene.
Rey sagrado, he aquí que brilla una gran parte de tu trofeo,
Cuando el sagrado bautismo hace dichosas a las almas puras.
Un blanco y nítido ejército sale de las aguas,
Y lava el viejo pecado en un río nuevo.
Una blanca vestidura distingue también las almas resplandecientes,
Y el pastor siente gozo con la cándida grey.
En esta merced se añade, feliz y concorde, el sacerdote
Que dar quiere a su Señor un doble talento.
Atrayendo a cosas mejores a los extraviados por el error pagano,
Fortifica el redil de Dios, para que no lo devore la fiera.
A los que Eva culpable antes había emponzoñado, ahora el pastor
Los devuelve a la Iglesia con el pecho, con la leche, con el regazo.
                                  

                                            *****

POEMA EN LATÍN

Tristia cessarunt infernae vincula legis,
Expavitque chaos luminis ore premi.
Depereunt tenebrae Christi fulgore fugatae:
Aeternae noctis pallia crassa cadunt.
Solicitam sed redde fidem precor, alma potestas;
Tertia lux rediit, surge sepulte meus.
Non decet ut vili tumulo tua membra tegantur,
Non precium mundi vilia saxa premant.
Indignum est, cuius clauduntur cuncta pugillo,
Ut tegat inclusum tupe vetante lapis.
Lintea tolle precor, sudaria linque sepulchro:
Tu satis est nobis, et sine Te nihil est.
Solve catenatas inferni carceris umbras,
Et revoca sursum quicquid ad ima ruit
Redde tuam faciem, videant ut secula lumen;
Redde diem, qui nos te moriente fugit.
Sed plane implesti remeans pie victor Olympum,
Tartara pressa iacent, nec sua iura tenent,
Infernus insaturabiliter cava guttura pandens,
qui raperet semper, fit tua praeda Deus.
Eripis innumerum populum de carcere mortis,
Et sequitur liber, quo suus autor abis.
Evomit absorptam pavide fera bellua plebem,
Et de fauce lupis subtrahit agnus oves.
Hinc tumulum repetens post tartara carne resumpta,
Belliger ad coelos ampla trophaea refers.
Quos habuit poenale chaos, iam reddidit iste,
Et quos mors peteret, hos nova vita tenet.
Rex sacer, ecce tui radiat pars magna trophaei,
Cum puras animas sacra lavacra beant.
Candidus egreditus nitidus exercitus undis,
Atque vetus vitium purgat in amne novo.
Fulgentes animas vestis quoque candida signat,
Et grege de niveo gaudia pastor habet.
Additur hac felix concors mercede sacerdos,
Qui dare vult domino dupla talenta suo.
Ad meliora trahens gentili errore magnates,
bestia ne raperet, munit ovile Dei.
Quos prius Eva nocens infecerat, hos modo reddit
Ecclesiae Pastor ubere, lacte, sinu.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001, p. 23-5

Traducción de Donato González-Reviriego


jueves, 11 de abril de 2013

Ascética dominicana: fray Luis de Granada


En realidad no se puede hablar de místicos dominicos, porque los más conspicuos escritores de esa Orden cultivan casi exclusivamente el aspecto ascético. Entre ellos sobresalen: el gran orador y teólogo PADRE MELCHOR CANO (1509-15609, que tradujo del toscano al español el Tratado de la victoria de sí mismo, y como teólogo ha inmortalizado su nombre con el De locis theologicis; el PADRE ALONSO DE CABRERA (1549-1595), cordobés, elocuente orador que, en sus Consideraciones sobre todos los Evangelios de la Cuaresma (Córdoba, 1601), revela un vocabulario abundante afeado por el abuso de textos latinos; y sobre todos, el más grande de los oradores sagrados de España, PADRE FRAY LUIS DE GRANADA...

Obras

            Fray Luis de Granada escribió obras en latín y en portugués, lenguas que conocía a fondo. Aquí sólo nos interesan las castellanas, que son numerosas:
            Libro de la oración y meditación (Salamanca, 1554), inspirada en otro de igual título de San Pedro de Alcántara, pero con el sello personal, inconfundible, de Granada, es un compendio de meditaciones sobre la oración, la limosna, el ayuno, las penitencias…
El Memorial de la vida cristiana (Lisboa, 1561) nos presenta una filosofía del Amor divino, con experiencias místicas. Las Adiciones (1574) completan la anterior exposición con un fino análisis de la voluntad. Las Biografías acusan la mano del autor, aunque son más bien semblanzas o simples apuntes. La Retórica (Libri sex ecclesiasticae rhetoricae) recoge la doctrina oratoria de los clásicos grecolatinos, especialmente Cicerón y Quintiliano, con lo que aspira a formar el perfecto orador cristiano.

La Guía de pecadores y el Símbolo de la Fe

            Mención aparte merecen por su categoría literaria y por la difusión que alcanzaron la Guía de pecadores y la Introducción del Símbolo de la fe.
            La Guía de pecadores (Lisboa, 1556) constituye un hermoso tratado de ascética en que se señala al alma pecadora el mejor camino hacia Dios. Se exponen los peligros del mundo, la vanidad de las glorias terrenas, los remedios para evitar cada pecado, la mortificación de los sentidos y la práctica de las obras de misericordia. El autor, en páginas brillantes exalta la grandeza de Dios y los títulos que a Él nos obligan: creación, redención y predestinación. De estilo desigual y que se resiente del tono oratorio inseparable del padre Granada, la Guía sigue siendo uno de los libros clásicos de la literatura ascética y el mejor de su autor después del Símbolo de la fe.
            La Introducción del Símbolo de la fe (Salamanca, 1583) señala la máxima altura de fray Luis de Granada como escritor y pensador cristiano. Es a la vez una Teodicea, una Teología cristiana y una Apologética. Consta de cuatro partes: primera, descripción del mundo, del hombre y tratado de la creación y de la Providencia; segunda, apologética, trata de las excelencias de la Fe, corroboradas por la historia y el martirologio cristiano; tercera, estudia el misterio de la Redención, en sus frutos y figuras, y cuarta, examina el mismo misterio a la luz de las profecías. Llama la atención el sentimiento de la naturaleza, expresado con finos toques no superados por otro escritor. Un amor infinito hacia los seres naturales –obras de Dios, al fin-, hombres, animales y plantas, lleva a Granada a ponerlos casi siempre como ejemplos en unos análisis psicológicos que revelan en el autor sensible temperamento.

Díez Echarri y Roca Franquesa, Historia de la Literatura española e Hispanoamericana ed. Aguilar, Madrid 1972, p. 300-1



miércoles, 10 de abril de 2013

Bajo el influjo de Juan de Ávila

       Después del detallado análisis que hace A. Huerga, sobre estas cartas de fray Luis, concluye y es fácil observarlo leyendo sus textos, que ‘fray Luis es realmente un hombre nuevo’[1], un hombre transformado, un hombre muy distinto del estudiante de San Gregorio de Valladolid y también del futuro escritor. El ministerio de la predicación, bajo el influjo de Juan de Ávila, cambia el concepto académico para el que se preparó en San Gregorio en las aulas, por una visión más evangélica. Este testimonio de fray Luis es inequívoco y llameante: ‘¡Oh padre mío! ¡Cuán diferente es la vida de los Santos a la de los (hombres) que ahora son! Pues yo le prometo a Vuestra Reverencia que puede despedirse de hacer fruto en las almas de los prójimos quien no vive como vivieron los santos. San Jerónimo y San Bernardo, ayunando y comiendo legumbres y estando noche y día en oración, viviendo en grandísima pobreza, aprovecharon a las almas. Bien podrá ser letrado y predicar; pero convertir almas ni es de letras ni es de ciencia, ni es parte para esto sino sólo Dios, que Él no obra este efecto por letrados hinchados, sino por siervos humildes, semejante locura es ésta a la que yo tenía estudiando allá en el colegio de San Gregorio mucha retórica para convertir almas, como si hubiera de tomar Dios los retóricos para ministros de un tan gran misterio como es su Evangelio y su espíritu’. Finalmente apostilla: ‘Los ministros del Evangelio no han de ser semejantes a Tulio, sino a Jesucristo; y han de ser  tan semejantes a Él, que se trasluzca y represente en su vida Jesucristo, como la figura en el espejo’[2]


Urbano Alonso del Campo, Vida y Obra de fray Luis de Granada, ed. San Esteban, Salamanca 2005, p. 75



[1] A. HUERGA, Escalaceli, Madrid 1981, p. 222-235
[2] FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas, t. XIX, ed. FUE, Madrid 1998, p. 22-3          

sábado, 6 de abril de 2013

La educación de los hijos

        
        Pero por la misma razón tengan cuenta los padres de lo que han de hacer y el cuidado que han de tener de sus hijos, conviene a saber, que los amen de corazón, que los críen solícitamente y los guarden en el temor del Señor, y los enseñen en todas las buenas costumbres, y los traten con mansedumbre. Porque todo esto manda la Escritura divina. ¿Tienes hijos?, dice Salomón. Enséñalos y dómalos desde la niñez. ¿Tienes hijas? Guarda su honestidad y no les muestres tu rostro risueño. Y luego dice: Regala a tu hijo, y ensoberbecerse ha contra ti; juega con él, y darte ha mil disgustos. No te rías con él, ni llores con él, porque después no te arrepientas. No le des poder sobre tu casa en su mocedad, y mira por sus propósitos y por lo que piensa hacer. Dobla su cerviz cuando es mozo, y azótalo cuando es niño, porque después de duro no te desprecie y no haga caso de ti, y entonces te dolerá el corazón. Enseña a tu hijo y trabaja con él, porque su deshonestidad no te sea contada por pecado[1].Conforme a esto, dice san Pablo: Padres, no queráis provocar a ira a vuestros hijos, mas criadlos con doctrina y temor del Señor[2].
         Y de tal cuidado y trabajo, qué fruto hayan de coger los padres, decláralo el Sabio diciendo: Quien ama a su hijo, castígalo muchas veces, para que después se alegre con él y no ande pidiendo de puerta en puerta. Quien enseña a su hijo, será alabado por sus virtudes y en medio de sus prójimos será honrado[3].
         Por lo dicho parece claro cuán reprensibles y crueles son los padres que con una indiscreta piedad por no castigar a sus hijos, los dejan estragar y corromper con solturas y vicios, los cuales con más razón se pueden llamar homicidas que no padres. ¿Qué mayor crueldad podría ser que estando vuestro hijo ahogándose en un río, que de dolor por no tirarles de los cabellos, lo dejáseis sumir debajo del agua? Pues no son menos crueles los que por no repelar o azotar a sus hijos, los dejan sumir en el abismo de los vicios. No sé con qué palabras pueda encarecer este descuido. Porque aun aquel rico avariento que estaba ardiendo en las llamas del infierno tenía cuenta con sus hermanos, y ya que para él no había lugar de castigo ni disciplina, deseábala para sus hermanos, y para esto pedía que fuese Lázaro a avisarlos, porque no viniesen a parar en aquel lugar de tormentos[4]. Pues si este cuidado y providencia tenía de los suyos un condenado, puesto caso que no hacía esto con buen celo sino con amor propio, ¿cómo no se confundiría el que no hace otro tanto siendo cristiano? Y si este ejemplo no nos mueve, había de movernos el del sacerdote Helí, que porque no castigó dos hijos que tenía, por los males que hacían, él y ellos murieron desastradamente, y el arca de Dios fue presa en poder de los filisteos, y el ejército de Israel fue vencido, y treinta mil hombres muertos en la batalla[5].

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XX, F.U.E. Madrid 1998, p. 257-9

Transcripción del texto portugués de José Luis Almeida Monteiro; Traducción al español de Justo Cuervo.




[1] Si 30, 9-13
[2] Ef 6, 4
[3] Si 30 1, 2
[4] Cf. Lc 16, 27-8
[5] S I 2, 12 s



viernes, 5 de abril de 2013

La humildad en san Vicente Ferrer


        A esta humildad pertenece que el hombre se tenga por una de las más viles y pobres criaturas del mundo, y más indignas del pan que come, y de la tierra que huella, y del aire con que respira, y no sienta más de sí que de un cuerpo hediondo y abominable, y lleno de gusanos, cuyo hedor él mesmo no puede comportar, y que todos cierran los ojos y tapan las narices por no olerlo ni verlo. Así nos conviene, dice el bienaventurado sant Vicente[1], hermano muy amado, a mí y a tí que lo sintamos, pero más a mí que a tí, porque toda mi vida es hedionda y sucia, y yo todo soy sucio, y mi cuerpo y mi ánima y todas cuantas cosas hay dentro de mí, están feas y abominables con la corrupción de mis pecados, y, lo que peor es, que cada día siento que este mismo hedor y horror se renueva en mí. Y debe el ánima fiel sentir este hedor en él con grande vergüenza, como la que se ve en presencia de aquellos divinos ojos que tan claramente lo ven todo, y como si ya se hallase presente en aquel estrecho juicio, dolerse cuanto pudiere de la ofensa de Dios y de haber perdido aquella gracia que tenía cuando fue lavada con el agua del sancto bautismo. Y así como cree y siente que hiede ante Dios, así también imagine que hiede ante los hombres y ángeles, y así ande como corrido y confundido en presencia de ellos. Y si pensare lo que aquella divina Majestad merece, y cuánto estaba obligado quien tantas misericordias había recibido, y cuán mal ha respondido a lo uno y a lo otro, y cómo en lugar de servicios tan debidos le ha hecho tantos deservicios, verá que merecía que todas las criaturas se levantasen contra él, y tomasen venganza de él, y lo despedazasen y comiesen a bocados pues él tan gravemente injurió y ofendió al Señor de todo.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. IV, F.U.E. Madrid 1994, p. 266



[1] S. VICENTE FERRER, Tratado de la vida espiritual, cap. 18 (Biografía y escritos de S. Vicente Ferrer, ed. Garganta-Forcada, Madrid, BAC, 1956, p. 530)

San Vicente Ferrer

           De san Vicente Ferrer, que tuvo especial gracia y don de predicar, está escrito que en casi todos sus sermones inculcaba a sus oyentes la severidad del juicio final, con cuya doctrina hizo un tan feliz y copioso fruto que trajo a penitencia de la vida pasada a muchos millares de hombres[1].
            Finalmente son tales las cosas que en las Sagradas Escrituras se refieren a este juicio y exceden tanto la fe y creencia de los hombres, que después de haberlas el Señor pronunciado en esta sagrada lección, añadió esta aseveración: El cielo y la tierra pasarán, y mis palabras no pasarán[2]. Con estas palabras comprobó la grandeza de este día, y la verdad incontrastable de esta profecía, a la cual no es comparable ninguna verdad humana.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXXVIII, F.U.E. Madrid 2003, p. 414-415

Traducción de Pedro Duarte



[1] V. J. ANTIST, Vida de s. Vicente Ferrer, Valencia, Pedro de Huete, 1575
[2] Mc 13, 31; Lc 21, 33; Mt 24, 25