lunes, 12 de agosto de 2013

En la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora I

     Primeramente, ella es este castillo inexpugnable por razón de su fe y de su fortaleza. Todos los santos merecen este nombre, mas ella por excelencia más que todos. Y así se dice de ella en los Cantares que es así como la torre de David, edificada con sus baluartes y con mil escudos que están pendiendo de ella, y todas las armas de los fuertes[1]. Esta torre es el alma de esta sacratísima Virgen, llena de toda artillería y municiones del Espíritu Santo, que es de todos los hábitos infusos y de todas las virtudes y dones suyos, con los cuales estuvo tan armada y guarnecida que toda la potencia del mundo y del infierno nunca podrán tomar una sola almena de ella, porque no la podrán derribar en un solo pecado venial. Mujer de carne era, y en este mundo vivía, con la gente del mundo conversaba, las necesidades de su cuerpo servía, sobre todos los lazos y peligros de este mundo andaba, y con todo esto tenía el Espíritu Santo a tan buen recaudo este castillo, que en sesenta años de vida, ni en comer, ni en beber, ni en hablar, ni en pensar excedió un punto el compás de la razón. Gran cosa fue estar una hora aquellos tres mozos en medio de las llamas del horno de Babilonia sin quemarse ni chamuscarse[2]; mas ¡cuánto mayor fue perseverar esta Virgen en medio de todas las llamas de este mundo sesenta años de vida sin chamuscarse en una sola palabra desmandada! La causa fue estar dentro tan bien reparada y provista, haber en ella todo género de armaduras de fuertes, que son las virtudes y dones de todos los santos. Porque regla es de san Agustín que ninguna gracia fue concedida a la madre del santo de los santos[3]. Veis aquí cómo la Virgen fue castillo.

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XXI, F.U.E. Madrid 1999, p.  402-3

Transcripción del texto portugués de Jose Luis de Almeida Monteiro; Traducción al español de Justo Cuervo






[1] Ct 4, 4
[2] Cf. Dn 3, 49-50
[3] Cf. S. AGUSTÍN, De Assumptione B. M. V.: PL 40, 1141; SANTO TOMÁS, III, q. 27, a. I

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