jueves, 17 de diciembre de 2015

Pedro Laín Entralgo

        Pasaron años y llegaron los de nuestra guerra, altísima ocasión para cargar la espalda de nuevos deberes, vivos no pocos aún, mas también para quedar absuelto de otros antiguos. Con mi dolor y mi entusiasmo pagué algunas deudas; con mi lectura otras, y entre ellas la que me ataba al granadino. Me adentré en la selva de Rivadeneyra, topé con los densos tomos de Fray Luis y durante bastantes horas hallé suave pábulo en la Introducción del Símbolo de la Fe.
        Ocurre a veces que sólo se sale de un débito contrayendo otro, como quien pasa, según el decir del pueblo, de Málaga a Malagón. ¿No es lo propio de la existencia terrena del hombre cerrar la exigencia de una intención antigua abriendo la obligación de un proyecto inédito? Así fue entonces. Si antes me anudaba con Fray Luis una deuda de lector, la lectura me hizo contraer con él un compromiso nuevo, esta vez de escritor: nunca estaría en paz con él mientras no estudiase profesoral y amistosamente, su idea del mundo visible y su saber acerca del hombre. ¿Cuándo podría ser, cuándo sería? Aún habían de pasar ocho años, uno menos que los del precepto horaciano, para que redimiese la nueva deuda. Mi ingreso en la Academia de Medicina me llevó a estudiar el saber anatómico de Fray Luis; el trabajo de los meses subsiguientes -siempre apresurado, siempre provisional, siempre insatisfactorio- me ha permitido dar cabo a esta modesta investigación sobre su Antropología que ahora envío a la impresión.

Pedro Laín Entralgo, La Antropología en la obra de fray Luis de Granada, C.S.I.C. Madrid 1988, p.8-9




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      ABRO los ojos de tus más tristes noches.
      En el viento lejano se perdió tu palabra. 
      En los parques de Bonn se respira a hojas
      verdes, mas los árboles contagian
      recuerdos a la brisa, a los cuerpos que aguardan,
      a su tibieza suave.
      Te veo ante mis ojos
      ataviado de un traje más oscuro, tejido
      de manantial de sombra.
      Mis pasos se encaminan de espaldas
      hacia un posible encuentro.
      Tú quisiste romperte como un pétalo,
      aquel día en Las Ramblas,entre flores,
      Hasta después, dijiste confiado.
      Y llegó aquella hora, la hora de la espera.

      Así teje la vida aquello que comienza en
      luz de instante y que termina en sombra.

María Teresa Cervantes Cartas a un apátrida, ed. Huerga y Fierro, Madrid 2011 p. 91

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