viernes, 26 de abril de 2019

El perdón

        Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti.
JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, ed. Rialp, Madrid 1993 p. 132
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                                                                 QUINTA PETICIÓN
        El principal impedimento que podíamos tener para no alcanzar lo que tenemos pedido a nuestro Padre Celestial, o ya que alguna cosa alcanzásemos, para no poseerlo ni gozar con su bendición, sería tenerlo enojado y estar fuera de su gracia. Por esto en esta quinta petición pedimos que perdone nuestras faltas y pecados: que esto es lo que por deudas hemos de entender aquí. Nuestra flaqueza es muy grande, nuestro esfuerzo muy flaco; de aquí viene que son muy continuas estas caídas, y si por alguna de ellas, o por muchas que fuesen, la misericordia divina cerrase la puerta, ¿quién habría tan justo que escapase de ser condenado? El Redentor del mundo nos dice que pidamos perdón de nuestros pecados y deudas; luego es señal que siempre está la puerta abierta para quien de verdad lo pidiere. Juntamente con esto nos enseña que sólo el perdón del eterno padre nos libra enteramente de los pecados y nos absuelve de las deudas: porque no hay en el mundo quien nos pueda dar carta de libertad de tal deuda sino Él. Y si este perdón no tuviésemos, no podíamos hacer cosa que bastase para que dejásemos de ser deudores. Llamámosle perdón suyo y no paga nuestra, porque si en estas tales deudas fuésemos tratados con rigor de justicia y no con blandura de misericordia, Él quedaría justo, y nosotros deudores y condenados. Con esta misma petición somos amonestados a penitencia y a memoria de nuestros pecados y a que conozcamos cuán abominable cosa es ofender a tal Señor y tal Padre, y que con grande y firme propósito de enmendar lo por venir pidamos perdón del pasado. Somos juntamente avisados de las flaquezas cotidianas y caídas de pecados veniales, y de la necesidad  que tenemos de continua oración. Dice más: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Dura cosa sería y grande desprecio de la Majestad divina que le pidiésemos que perdonase nuestras grandes culpas y ofensas, y que no perdonásemos nosotros a nuestros hermanos las leves que de ellos podíamos recibir: porque en comparación de las otras, no pueden dejar de ser muy leves.

FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas t. XXI, F.U.E., Madrid 1999 p. 56-59; Transcripción del texto portugués de José Luis de Almeida Monteiro, Traducción al español de Justo Cuervo.



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