domingo, 15 de marzo de 2015

La Creación: el sol, la luna y el lucero del alba

        Ni es menos admirable, sino mucho más, la obra del cuarto día, donde dijo Dios: Háganse lumbreras en el cielo, para que alumbren la tierra (Gn 1, 14). Y por la virtud de sola esta palabra salió a luz el sol, la luna, el lucero del alba con los otros planetas y toda la otra infinidad de innumerables y resplandecientes estrellas que hermosean más que las flores y rosas de la primavera esa tan grande bóveda del cielo, cuyo número, grandeza, virtud y eficacia ¿Quién la podrá explicar?.
        Y después de explicada, ¿quién la podrá creer? ¿Quién creerá que el sol es ciento y sesenta y seis veces mayor que todo el cerco de la tierra juntamente con el agua, pareciendo dende acá tan pequeño como la cabeza de un hombre? ¿Quién creerá la espantosa ligereza que el Criador le dió para moverse? Porque vemos que cuando por la mañana se comienza a descubrir en este nuestro mundo, en menos de un cuarto de hora se descubre todo. Lo cual es correr tantas leguas y tanto espacio cuanto ocupa el cerco de la tierra, multiplicando este espacio ciento y sesenta y seis veces, que es la cuantidad que ocupa el cuerpo del sol. Pues ¿qué rayo cae del cielo que se mueva con tal ligereza? Y si la tierra, como los matemáticos dicen, tiene en redondo seis mil y trescientas leguas, multiplique quien esto sabe, este número de leguas todas estas veces susodichas, y verá cuántos millares de leguas corre este planeta en tan breve espacio cuanto es aquel en que se descubre cuando nace. Y considerando esto, no podrá dejar de quedar atónito conociendo por aquí la grandeza de la omnipotencia que tal ligereza pudo dar a esta estrella, o por mejor decir, al cielo donde ella está, por cuyo movimiento ella se mueva.
        Mas no para aquí la maravilla. Porque mucho mayor maravilla es considerar la ligereza con que se mueve el noveno cielo, que está sobre el cielo de las estrellas, que llaman el primer móvile, el cual da una vuelta al mundo en espacio de veinte y cuatro horas, y arrebata y mueve juntamente consigo todos los otros ocho cielos inferiores. Porque presuponemos que cuanto un cielo está más alto que otro, tanto mayor espacio y lugar ocupa, y tanto con mayor ligereza se mueve. Pues estando este primer móvile cinco cielos arriba del sol, síguese que se moverá con más que doblada ligereza que el cuarto cielo, donde está el sol. Y si la ligereza del sol tanto nos espanta, ¿cuánto más espantará la del nono cielo, que con tanto mayor ligereza se mueve? ¿Qué rayo habrá tan ligero, que no sea paso de tortuga, y mucho menos en comparación de él? Pues ¿qué entendimiento habrá que no desfallezca, considerando la grandeza del poder que tal ligereza pudo causar?.

FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas t. IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 329-330

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