jueves, 27 de julio de 2017

La puerta de los ojos

          Mucha razón tuvo David para exclamar y confesar tantas veces que era Dios admirable en todas sus obras (Sal 85, 10; 88, 6; 117, 23; 134, 14, etc.), por pequeñas que parezcan. Digo esto, porque salimos agora de una maravilla, y entramos en otra no menor, que es la fábrica de nuestros ojos. La cual confiesan los profesores de esta ciencia ser la cosa más artificiosa, más sutil y más admirable de cuantas el Criador formó en nuestros cuerpos: en la cual, así como en la pasada, no es menor el beneficio que la maravilla de la obra.
        Porque ¿qué cosa más triste que un hombre sin vista, pues el santo Tobías, que con tanta paciencia sufría la falta de ella, saludándole el ángel, y diciéndole que Dios le diese alegría, respondió: ¿Qué alegría puedo yo tener, viviendo en tinieblas y no viendo la lumbre del cielo? (Cf. Tb 5, 12).
        Pues habiendo ya tratado de las partes de nuestro cuerpo, que están escondidas dentro del velo de nuestra carne, agora será razón tratar de los sentidos y miembros exteriores de nuestro cuerpo, que están en la frontera de nuestra casa a vista de todos, y comenzaremos por el más excelente de los sentidos exteriores, que son los ojos, y así el artificio y fábrica de ellos sobrepuja a la de todos los otros miembros y sentidos.
        Y la primera cosa que nos debe poner admiración, son las especies y imágines de las cosas, que se requieren para verlas. Para lo cual es de saber que todas las cosas visibles, que son las que tienen color o luz, producen de sí en el aire sus imágines y figuras, que los filósofos llaman especies, las cuales representan muy al propio las mismas cosas cuyas imágines son. La razón de esto es porque, según reglas de filosofía, las causas que producen algún efecto, han de tocarse una a otra, o por su propia substancia, o por alguna virtud o influencia suya. Y pues aquí tratamos de este efecto, que es ver las cosas, y ellas están apartadas de nuestra vista, es necesario que se toquen y junten por algún tercero. Y para esto proveyó el Criador una cosa digna de admiración, la cual es que todas las cosas visibles produzcan en el aire estas imágines y especies que llegan a nuestros ojos, y representen las mismas cosas que han de ser vistas. Lo cual se ve en un espejo, el cual, recibiendo en sí estas especies y imágines y no pudiendo ellas pasar adelante por no ser este espejo transparente, paran allí, y represéntannos perfectísimamente todo cuanto tienen delante. Y así en ellos vemos montes, y valles, y campos, y árboles, y ejércitos enteros, con todo lo demás que tienen presente, y si mil espejos hubiere repartidos por todo el aire, en todos ellos se representara lo mismo. Y no sólo en el aire, mas también en el cielo ha lugar lo dicho, porque no podríamos ver las estrellas estando tan apartadas de nuestra vista, si ellas no imprimiesen sus especies y imágines en nuestros ojos, para que mediante ellas fuesen vistas. Pues ¿qué cosa más admirable que, viendo nosotros cómo un pintor gasta muchos días en acabar una imagen, que cada una de estas cosas visibles sea poderosa para producir sin pincel y sin tinta y sin espacio de tiempo tanta infinidad de imagines en todos los cuerpos transparentes, como son el aire y el cielo? ¿Quién no ve aquí la omnipotencia de quien tal virtud pudo dar a todas las cosas visibles para que se pudiesen ver?.
        Mas tratando del órgano de la vista, es de saber que de aquella parte delantera de nuestros sesos, donde dijimos que estaba el sentido común, nacen dos niervos, uno por un lado,  y otro por otro, por los cuales descienden hasta los ojos aquellos espíritus que llamamos animales, y éstos les dan virtud para ver, siendo primero ellos informados con aquellas especies y imágines de las cosas que dijimos. Mas de la fábrica de estos ojos se escriben cosas tan delicadas y admirables, que yo no las alcanzo, y menos las podré escribir. Mas la que me parece más admirable de todas es que con ser tantas y tan admirables las cosas que para esta fábrica de los ojos se requieren, fue poderoso aquel Artífice soberano para ponerlos en la cabeza de las hormigas. Pues ¿cuanto mayor maravilla es ésta, que haber puesto los ojos en la cabeza del hombre o de algún elefante?
        Mas con callar otras cosas más sutiles, no dejaré de decir que en la composición del ojo entran tres diferencias de humores, los cuales se dividen entre sí con tres telas delicadísimas. Y al primero de ellos llaman cristalino, por ser sólido y transparente como lo es el cristal. Y después de éste se sigue otro humor rojo, que es abrigo y término del cristalino, y tras de éste se sigue otro azul. Y este color sirve para que por virtud de él se recojan y fortifiquen en la pupila del ojo aquellas especies y imagines que dijimos, la cual se ofendería con la mucha claridad, como se ofende cuando miramos el sol.
        Pues por estos viriles de los humores susodichos, si así se pueden llamar, entran las especies y imágines de las cosas, y suben por los sobredichos niervos al sentido común que dijimos, de donde ellos nacen. De modo que por ellos bajan los espíritus animales que nos hacen ver, y por ellos mismos suben las imagines de las cosas a este ventrecillo del sentido común susodicho, y de ahí caminan a los otros interiores. Y según esto podemos decir que todo este mundo visible, cuan grande es, entra en nuestra ánima por esta puerta de los ojos. Y ésta es la causa, como Aristóteles dice (ARISTÓTELES, MetafísicaI I,1; Sobre el alma II, 7), de ser tan preciado este sentido, porque como el hombre, por ser criatura racional, naturalmente desea saber, y este sentido de la vista le descubre infinitas diferencias de cosas, de aquí le viene preciar mucho este sentido.

  
 Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 263-4-5


No hay comentarios:

Publicar un comentario