lunes, 26 de noviembre de 2018

Rudyard Kipling 'Capitanes intrépidos'


         Te has olvidado de los anillos de amura, pero con el tiempo aprenderás. Existe una razón para cada verga que se encuentra en el barco. Si no fuera así, la tiraríamos por la borda. Comprendes lo que te digo? Estoy tratando de meterte dinero en la cabeza, polizón, para que cuando esté llena, puedas navegar de Boston a Cuba y decir que te lo ha enseñado Jack el Largo. Ahora, recorreremos todo el barco. Yo diré el nombre de cada cosa y tú pondrás la mano sobre ella.

        Jack el Largo empezó, Harvey, que se sentía bastante cansado, dirigíase lentamente a cada cosa que se le nombraba. Un golpe con la cuerda, que le dió en las costillas, casi le deja sin aliento.

        -Cuando seas dueño de un barco -dijo Tomás Platt severamente- podrás pasear. Mientras tanto, corre en cuanto oigas una orden. Hazlo otra vez, para que estés seguro.

        Harvey estaba excitado con el ejercicio y la última parte le cansó realmente. Era, sin embargo, un muchacho de gran despejo natural, hijo de un hombre de excepcionales dotes intelectuales y de una mujer de gran sensibilidad. Poseía un temperamento resuelto, que la condescendencia sistemática había convertido casi en la obstinación de una mula. Observó a los otros hombres y se fijó que nadie ni siquiera Dan se reía. Evidentemente, aunque le hería en lo hondo, era el método corriente a bordo. Tragó aquella advertencia con una boqueada y una mueca. La misma inteligencia que desplegaba para  aprovecharse de su madre le hizo ver que a bordo nadie, excepto quizá Penn, permitiría la menor estupidez o abuso. Muchas cosas se comprenden por el simple tono. Jack el Largo, nombró una media docena de cosas, mientras Harvey bailaba sobre el puente como una anguila a la que la marea ha dejado en seco, sin apartar la mirada de Tomás Platt.

        -Muy bien. Muy bien hecho -dijo Manuel-. Después de comer te mostraré un velero, que he hecho yo, con todo el velamen completo. Así aprenderás.

        -Es un pasajero de primera clase -dijo Dan-. Mi padre acaba de conceder que pronto valdrás en sal lo que pesas, si no te ahogas antes. Eso es mucho para que lo diga mi padre. Cuando nos toque la próxima guardia, te enseñaré más cosas.  

RUDYARD KIPLING, Capitanes intrépidos, Colcc. Austral ed. Espasa Calpe, Madrid 1981 p. 65-66
       
                                                     
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        Muchas cosas hermanos, merecen que nos detengamos a glosar este relato histórico. Porque es ya una maravilla que estos dos pescadores al oír la invitación de Jesús, sin preguntar nada ni dudar un instante, le siguiesen. ¿Quién de vosotros no reaccionaría haciéndose y haciéndole un montón de preguntas?: ¿adónde vamos? ¿quién nos sugiere que le sigamos? ¿No es, el que nos invita, un hombre pobre y desvalido? ¿Nos dará lo necesario para pasar la vida? ¿Qué esperanza, pues, nos alienta? ¿Qué cosa más demente y necia que dejar lo cierto por lo incierto? ¿Qué da a entender, y qué significa aquella nueva y desusada promesa?: Faciam vos fieri piscatores hominum; haré que vosotros seais pescadores de hombres?.
 
FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas t. XXXIX, F.U.E. Madrid 2003 p.19

Traducción: Pedro Duarte, Ricardo Alarcón Buendía y Juan Manuel Conesa Navarro; Edición y notas de Álvaro Huerga (In memoriam)

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