miércoles, 19 de junio de 2019

Mete tu mano en mi costado


       De cuanto llevamos expuesto se comprende la duda o tardanza de los discípulos y, sobre todo, la de Tomás en creer en la resurrección de Cristo hasta que vieron con sus ojos las cicatrices. Nunca jamás había ocurrido una cosa igual. Pero el Señor, compadecido de esa incredulidad, que no provenía de malicia, sino de ignorancia, la curó apareciéndoseles de nuevo a los ocho días, esta segunda vez estaba Tomás. Y después del saludo: La paz esté con vosotros, se acercó a Tomás y le dijo: Mete aquí tu dedo y mira mis manos (Jn 20, 27), etc. En esto el Señor se comportó con el discípulo de la manera que aquellos que quieren comprar una joya  que el mercader pone en almoneda, y le pone un precio mayor del que vale: al cabo, abonan el precio que el mercader quiere. ¿Por qué? Porque están prendados de la joya y la quieren llevar a cualquier precio. Era justo que Tomás creyera que el Señor había resucitado, pues lo atestiguaban los demás discípulos. Pero porque no creyó, el Señor misericordiosamente hizo lo que hizo. Imagino que le dijo: Oh Tomás, era justo que creyeses por el testimonio de tus condiscípulos. No quisiste. Pues aquí tienes el testimonio evidente: Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae la tuya, y métela en mi costado. Y no seas incrédulo.

FRAY LUIS DE GRANADA, Obras Completas t. XXXII, F.U.E. Madrid 2001 p. 220-3
Traducción, edición y notas de Álvaro Huerga

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