jueves, 12 de diciembre de 2013

La virtud de la esperanza

         No menos ayuda la virtud de la esperanza que es un afecto de nuestra voluntad que tiene su motivo y raiz en el entendimiento[1], como claramente  nos lo muestra el Apóstol, diciendo: Todas las cosas que están escriptas fueron escriptas para nuestra doctrina, para que por la paciencia y consolación que nos dan las Escripturas tengamos esperanza en Dios[2]. Porque esta es la fuente de donde el justo coge el agua de refrigerio con que se esfuerza a esperar en Dios. Porque, primeramente, ahí ve la grandeza de los servicios y merecimientos de Cristo, que es el principal estribo y fundamento de nuestra esperanza. Ahí ve en mil lugares expresada y declarada la grandeza de la bondad y de la suavidad y de la majestad de Dios, la providencia que tiene de los suyos, la benignidad con que recibe a los que se acogen a El, y las palabras y prendas que tiene dadas de no faltar a los que pusieren su esperanza en El; ve que ninguna otra cosa más a menudo repiten los psalmos, prometen los profetas y cuentan las historias desde el principio del mundo, sino los favores, regalos y beneficios que continuamente el Señor hizo a los suyos, y cómo los ayudó y valió en todas sus angustias, cómo ayudó a Abraham en todos sus caminos, a Jacob en sus peligros, a Josef en su destierro, a David en sus persecuciones, a Job en sus enfermedades, a Tobías en su ceguedad, a Judit en su empresa, a Ester en su petición, y a los nobles Macabeos en sus batallas y triunfos, y, finalmente, a todos cuantos con humilde y religioso corazón se encomendaron a El. Estas y otras cosas son las que esfuerzan a nuestro corazón en los trabajos y lo hacen esperar en Dios. Pues ¿qué hace aquí la consideración? Toma esta medicina en las manos, y aplícala al miembro flaco y enfermo que la ha de menester. Quiero decir, trae todas estas cosas a la memoria, y represéntalas a nuestro corazón, y escudriña y tantea la grandeza de estas prendas y misericordias de Dios, y con esto lo anima y esfuerza para que no desmaye, sino que también él ponga su esperanza en aquel Señor que nunca faltó a quien de todo corazón se acogió a El. Ves, pues, cómo la consideración es ministra de la esperanza y cómo le sirve y le pone delante todo lo que la ha de esforzar. Mas quien ninguna cosa déstas considera, ni tiene ojos para ver nada de esto, ¿con qué podrá esforzar y animar esta virtud para que le valga en sus trabajos?.

Fray Luis de Granada, Obras Completas,  t. I, F.U.E., Madrid 1994 p. 28-9




[1] SANTO TOMÁS, Summa theologiae, II-II, q. 18, a. 1.
[2] Rm 15, 4

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