Pues comenzando primeramente por la fe, ya se ve
que ésta es el primer principio y fundamento de toda la vida cristiana. Porque
la fe nos hace creer que Dios es nuestro criador, gobernador, redentor,
santificador, glorificador, y, finalmente, nuestro principio y nuestro último
fin. Ella es la que nos enseña cómo hay otra vida después de ésta, y juicio
universal de todas nuestras obras, y pena y gloria perdurable para buenos y
malos. Pues claro está que la fe y crédito de estas cosas enfrena los corazones
de los hombres, y los hace estar a raya, y vivir en temor de Dios. Porque a no
estar esto de por medio, ¿qué sería la vida de los hombres? Y por esto dijo el
profeta que el justo vivía por la fe[1],
no porque ella baste para darnos vida, sino porque con la representación y
consideración de las cosas que ella nos enseña, nos provoca a apartar del mal y
seguir el bien; y por esto mismo nos la manda tomar el Apóstol por escudo
contra todas las saetas encendidas del enemigo[2],
porque no hay mejor escudo contra las saetas del pecado que traer a a memoria
lo que la fe nos tiene contra él revelado.
Mas,
para que esta fe obre en nosotros este efecto, es menester que algunas veces
nos pongamos a rumiar y considerar con un poco de atención y devoción eso que
nos enseña la fe. Porque, no habiendo esto, parece que la fe nos sería como una
carta cerrada y sellada que, aunque vengan en ella nuevas de grandísima pena o
alegría, no nos mueven a lo uno ni a lo otro más que si nada hubiésemos
recibido, porque no habemos abierto la carta, ni mirado lo que viene en ella.
Pues ¿qué cosa se puede decir más a propósito de la fe de los malos que ésta?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario