lunes, 21 de julio de 2014

En la fiesta de santa María Magdalena

     Provista, pues, de esta fe vino al Señor Jesús. Muy bien, por cierto. Pero conviene, oh mujer, esperar el tiempo oportuno, para acudir al médico, habiéndose marchado ya todos los testigos, a fin de que no hagas de tu conversión una fábula del mundo. Y no hay tiempo menos oportuno para las lágrimas y la confesión de los pecados, que en un banquete donde concurren muchos invitados, Porque así como la música en el llanto; así el llanto es una narración importuna en el convite[1]. Espera, pues, un poco hasta que se termine el banquete y marchen los comensales. Entonces será el tiempo propicio para las lágrimas y para la penitencia. No puedo -dirá ella- sufrir ni siquiera este breve tiempo la horrible faz del pecado, pues antes ciega por las tinieblas nada temía, porque no veía nada; pero ahora, una vez que se me ha infundido la luz de arriba, veo la faz horrible del pecado, no puedo descansar más que si viera ejércitos de dragones y serpientes alzarse contra mí, o me hallara puesta en medio de las llamas ardientes. Y así esta mujer prudente no teme ni la multitud de convidados, ni los juicios de los hombres, ni el desprecio de los fariseos. Pues como dice san Gregorio, 'la que en su interior se avergonzaba gravemente de sí misma, creyó que no era nada el avergonzarse exteriormente'. Porque la vergüenza del pecado expulsaba de su ánimo todo otro pudor[2].



Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLII, F.U.E. Madrid 2004, p. 88-89-90-91

Traducción de Donato González-Reviriego






[1] Si 22, 6
[2] S. GREGORIO MAGNO, Homiliae in evang., hom. XXXIII, 1-2: PL 76, 1239B

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