martes, 1 de julio de 2014

Santa Florentina

             Leandro ha muerto.
            Una tarde llegó, procedente de Híspalis, uno de los tres monjes que le asistían a diario. Venía a rogarme muy apenado, que partiera con él hacia aquella ciudad, el arzobispo se encontraba mal de salud y le había manifestado que quería que yo estuviera junto a él en sus últimos momentos.
                       
Santa Florentina de Salcillo
           Rápidamente nos pusimos en camino. Fue un viaje triste, pesado y silencioso. Me parece percibir todavía a través de la noche el ruido de los cascos de los caballos que tiraban del carromato, con un son apesadumbrado y sombrío. El monje también tenía prisa por volver, quería a Leandro, estaba con él en el arzobispado desde que mi hermano salió del monasterio. Leandro había querido que sus asistentes y secretarios en el arzobispado fueran monjes benedictinos. Intentaba con ello, llevar en lo posible una vida monacal que  debido a sus ocupaciones no siempre lograba.
Al llegar a  Híspalis, Leandro estaba en el lecho y, aunque muy abatido, en su semblante apareció un signo de descanso al verme allí. Sus ojos seguían siendo tan penetrantes o, aún más que siempre, con ellos hubiera querido decírmelo todo en un instante. No tenía miedo a la muerte, lo había repetido muchas veces e incluso había escrito una carta a Isidoro, reconfortante y tranquila, comunicándole esa actitud de aceptación serena que el hombre debe tener cuando ve llegado su último día…
Murió al amanecer.
         El año 596 por ser el año de su fallecimiento no se me olvidará fácilmente. Los otros tres hermanos volvimos a quedar huérfanos por segunda vez. Leandro había sido mi apoyo desde que nací. La muerte de un hermano es como una dentellada que la vida le da a tu propia vida.
                                                 
Santa Florentina en la calle Cuatro Santos
         No me quedé a las honras fúnebres, duraban varios días y sabía que todas esas ceremonias del entierro de un arzobispo me iban a parecer ajenas. No tenían nada que ver con mi hermano querido. Fulgencio e Isidoro tuvieron que presidirlas. Los dos están muy abatidos. Isidoro ha hecho un epitafio de Leandro, corto, pero que explica perfectamente cómo era. Dice así:                                                   Era suave en el hablar, grande en el ingenio y clarísimo en la vida y la doctrina.
        Efectivamente, a su afabilidad e inteligencia unía una diafanidad en todos sus actos, tan transparente su vida como la forma de mostrarnos los fundamentos de la Fe.
       El rey Recaredo, desde Toletum, envió a sus representantes, quería que las pompas no fueran sólo como un arzobispo de Hispania, sino también como un miembro de la familia real. Me consta que sintió verdaderamente la muerte de su tío.

Neri-Carmen Sánchez Gil, ¡Hispania, Hispania!, Tipografía San Francisco, Cartagena 2009 p. 51-2
***************************************


    Omnes fideles, peracta consecratione, communicent, qui noluerint Ecclesiasticis carere liminibus. Sic enim Apostoli docuerunt, Sancta Romana Ecclesia tenet. Quiere decir: Todos los fieles, acabada la consagración de la Misa, reciban el Santo Sacramento: porque así lo enseñaron los Apóstoles, y así lo tiene la santa Iglesia de Roma. Y aún más os diré, que las Iglesias de España continuaron esta misma frequencia hasta el tiempo de San Hieronymo; como  él lo escribe en una epístola a Licinio Betico. Lo qual redunda en grande gloria de nuestra nacion, por haberse conservado en ella esta devocion del tiempo de los Apostoles.

Fray Luis de Granada, Obras: Sermón contra los escándalos en las caídas públicas, t. VII. Parte II, Antonio de Sancha, Madrid  1782 p. 246

No hay comentarios:

Publicar un comentario