lunes, 21 de julio de 2014

Pío Baroja, 'La busca'

     Entre la calle de la Montera y la de Alcalá iban y venían delante de un café, con las ventanas iluminadas, mujeres de trajes claros y pañuelos de crespón, cantando, parando a los noctámbulos: unos cuantos chulos, agazapados tras de los faroles, las vigilaban y charlaban con ellas, dándoles órdenes... 
     Luego fueron desfilando busconas, chulos y celestinas. Todo el Madrid parásito, holgazán, alegre, abandonaba en aquellas horas las tabernas, los garitos, las casas de juego, las madrigueras y los refugios del vicio, y por en medio de la miseria que palpitaba en las calles, pasaban los trasnochadores con el cigarro encendido, hablando, riendo, bromeando con las busconas, indiferentes a las agonías de tanto miserable desharrapado, sin pan y sin techo, que se refugiaba temblando de frío en los quicios de las puertas. 
     Quedaban algunas viejas busconas en las esquinas, envueltas en el mantón, fumando... 
     Tardó mucho en aclarar el cielo; aun de noche se armaron puestos de café; los cocheros y los golfos se acercaron a tomar su vaso o su copa. Se apagaron los faroles de gas. 
     Danzaban las claridades de las linternas de los serenos en el suelo gris, alumbrado vagamente por el pálido claror del alba, y las siluetas negras de los traperos se detenían en los montones de basura, encorvándose para escarbar en ellos. Todavía algún trasnochador pálido, con el cuello del gabán levantado, se deslizaba siniestro como un búho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros... El Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria. 
     Aquella transición del bullicio febril de la noche a la actividad serena y tranquila de la mañana hizo pensar a Manuel largamente. 
     Comprendía que eran las de los noctámbulos y las de los trabajadores vidas paralelas que no llegaban ni un momento a encontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para los otros, el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba también que él debía ser de éstos, de los que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra.

         Pío Baroja, La busca, ed. Caro Reggio, Madrid 1917 p. 320-1

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Porque la caridad bien ordenada comienza de sí mismo, comencemos por donde el profeta comenzó, que es por el hacer juicio, que pertenece al espíritu y corazón de juez. Pues al oficio del buen juez pertenece tener bien ordenada y reformada su república. Para lo cual necesariamente se requieren dos cosas, que son prudencia y fortaleza: prudencia para entender todo lo que se debe hacer, y fortaleza para ejecutarlo con todo rigor y severidad.
Y porque en esta pequeña república del hombre hay dos partes principales que reformar: que son el cuerpo con todos sus miembros y sentidos, y el ánima con todos sus afectos y potencias, todas estas cosas conviene que sean reformadas y enderezadas el bien.


Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. II, F.U.E. Madrid 1994, p. 101

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