lunes, 8 de junio de 2015

Se hizo nuestro sacrificio

        Pedro apóstol, por indicación y orden del Señor, encontró en la boca de un pez una estatera, con la que pagó el censo. Nuestro Señor encontró en nuestra humanidad el precio de su sangre, con el que pagar la deuda común del género humano. Lo que expresó Clemente de Alejandría con el símil bellísimo de la abeja: Así como ésta, dijo, libando las flores del huerto, construye el panal de miel, que paga al dueño del huerto en precio por las flores que ha libado, también el Salvador, tomando nuestra carne, hace con ella un panal de miel, con el que nos hace partícipes de su propia felicidad y salud.
        Este sacrificio, antes de ofrecerlo el Señor cruento en el patíbulo de la cruz, lo ofreció incruento en la última cena, y nos dio la facultad de ofrecerlo cada día. En el sacrificio diario de la misa ofrecemos a Dios Padre lo mismo que le ofreció él muriendo en la cruz: presentamos al sumo Padre el mismo cordero inmaculado, la misma víctima, y al mismo Hijo de Dios. Nada se pudo pensar más grato a Dios, ni más saludable para el hombre, que este sacrificio, pues al ser de una virtud infinita, tributa al Padre gloria infinita, y gana para nosotros la salvación eterna.
        En esto se manifiesta la bondad y el amor inmenso de nuestro Dios, a quien no le bastó con hacerse nuestro pan, y se hizo además nuestro sacrificio, para que lo comiéramos como pan vivo, que da la vida eterna, y lo ofreciéramos a Dios Padre por nuestros pecados como sacrificio verdadero y puro.

Fray Luis de Granada, Obras Completas t. XXXV, F.U.E. Madrid 2002, p. 272-5

Transcripción y traducción de Ricardo Alarcón Buendía

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