martes, 2 de julio de 2013

Sermones de santos: san Pedro y san Pablo

            Y para esto no les ayudó poco una degustación anticipada del singular premio celestial. Porque Pedro en el misterio de la transfiguración vio la gloria de la sacratísima humanidad de Cristo, cuando su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos cono la nieve. Con este espectáculo se llenó su ánimo a un mismo tiempo de tanto gozo y admiración que arrebatado fuera de sí, y olvidado de todas las cosas y de sí mismo, no deseando disfrutar de otra cosa que de aquella suavidad, dijo: Señor, qué bien se está aquí. Si quieres, hago aquí tres tiendas, etc.. Si duda que no sabía lo que decía, porque aquella fuerza suma del gozo celestial había absorbido la facultad de entender. Y a Pablo, por un singular beneficio de Dios le fue concedido disfrutar no sólo de la gloria de la humanidad de Cristo, sino también de la gloria de la divinidad, como afirman muchos de los padres. Esto él mismo lo afirma de sí como de otro, con estas palabras: Yo conozco a un hombre en Cristo que catorce años ha –si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, sábelo Dios- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que el mismo hombre, fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables, que no es lícito a un hombre el proferirlas[1]. Quiso, pues, la sabiduría  divina, que el futuro doctor de las Iglesias aprendiera entre los ángeles, lo que había de enseñar entre los hombres. Por este don admirable de Dios de repente se convirtió de lobo en pastor, de ladrón en custodio, de perseguidor en defensor. Y cuánta fue esta gracia de Dios, lo enseña san Máximo con estas palabras: “Y dejando a un lado todo aquello que hace a Pablo admirable en todo el mundo, fijémonos en una sola cosa, que es bastante para todas sus alabanzas: ¿quién es capaz de apreciar, que viviendo entre los hombres, por una gracia especial de Dios, se le hizo penetrable el paraíso y le fue abierto el cielo? Éste, pues, a quien le fue concedido, viviendo entre los hombres, ir a los cielos y volver a los hombres, y ver la grandeza de la gloria que está preparada en los cielos para aquellos que hayan vivido con piedad, ¿qué no haría?, ¿qué trabajos y peligros no afrontaría?, ¿qué riquezas del mundo no despreciaría, para trasladar a sí y a los otros a aquellas celestiales mansiones que había contemplado?”[2].  

    
Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. XLI, F.U.E. Madrid 2004, p. 290-1

Traducción de Donato González-Reviriego



[1] Co, 12, 2-4
[2] S. MÁXIMO, Homilía LXX: PL 57, 399

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