martes, 18 de junio de 2013

La Introdución del símbolo de la fe II

       Introducción del  Símbolo de la Fe apareció en Salamanca, editada por los Herederos de M. Gast, en 1583, el mismo año en que se publicaba uno de los más importantes Índices inquisitoriales del s. XVI. Tanto este Índice como el que salió el año siguiente fueron ordenados por el inquisidor general Gaspar de Quiroga, a quien precisamente va dedicada la obra de Fray Luis, cuya Guía de Pecadores en su versión primitiva, o no reelaborada, es decir, la que reproduce el texto de 1556, aún va a figurar en el Índice de 1584. De este modo, la legislación valdesiana de 1559 seguía actuando en la censura de 1584, y  la sombra inquisitorial de ayer continuaba pesando en el ánimo del dominico, que había podido comprobar cómo las prohibiciones de libros se iban haciendo más severas y estrechas con el tiempo.
          A tenor de estas circunstancias, la dedicatoria del Símbolo a Gaspar de Quiroga no era meramente protocolaria, sino que constituye un gesto coherente con los propósitos y contenidos de la obra. Luis de Granada, en efecto, se sumaba con esta voluminosa y densa aportación al combate en defensa de la ortodoxia católica, apremiado por la necesidad de los tiempos heréticos que corrían, y lo hacía mediante un escrito acerca de los fundamentos de la fe. La práctica militante en el dominico va a intensificar la que es más característica en él, o sea la de la afirmación ideológica positiva, renunciando al polemismo y al dicterio contra desviaciones, excentricidades y herejías. Luis de Granada, en fin, utiliza ahí la estrategia de explicar el credo ortodoxo, y cubre con el silencio la posición de aquellos que sustentaban argumentos que la Inquisición tenía por erróneos. Tanto es así que se niega a mencionar por su nombre a ninguna tendencia herética y a ningún heresiarca de su tiempo. 
            Mas arriba se dijo que la dedicatoria al Inquisidor General no respondía a un convencionalismo, sino que corrobora un “compromiso” con la reforma en aquella hora de la Iglesia española. Cabe añadir que el comienzo de la citada dedicatoria (“Algunas personas me han pedido, por veces…escribiese un catecismo”) tampoco debió tener carácter de tópico renacentista, antes bien traducía el interés, de personas muy conscientes, y del propio Gaspar de Quiroga, de que en aquella encrucijada la pluma de Fray Luis se moviese al compás de la jerarquía. Nadie más idóneo, desde luego, dada su reconocida capacidad catequética, demostrada en buen numero de obras; dado su arraigo y su difusión popular como autor de libros piadosos, y por ende su alto grado de representatividad religiosa en el pueblo español de la época.
            La petición era para que escribiese un tratado ad hoc, esto es una explicación de cuanto el cristiano debe saber, en forma de manual, y a través de la dialéctica de preguntas y respuestas. Pero de libros de este tenor se habían compuesto ya muchos en aquella centuria, y Fray Luis no quiso realizar un título más de este signo. Muy al contrario, su pretensión fue singularizarse, dentro de tan nutrida serie, valiéndose de distintas innovaciones, a la cabeza de las cuales está el empeño de escribir una Introducción a los catecismos tradicionales, una dilatada introducción que fuese metodológicamente útil para contribuir a un mejor entendimiento de los puntos centrales de la doctrina cristina, cifrados por él mismo en la Creación del mundo y la Redención.


Fray Luis de Granada, Introducción del Símbolo de la Fe, edición de José María Balcells, ed. Cátedra, col. Letras Hispánicas, Madrid 1989 p. 32-4

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