lunes, 17 de junio de 2013

Oído este mandamiento, parió la tierra

         Después de la tierra síguese que tratemos más en particular de la fertilidad y frutos de ella. Y esto es ya comenzar a tratar de las cosas que tienen vida, porque las que hasta aquí hemos referido, que son cielos, estrellas, elementos, con todos los otros mixtos imperfectos, no la tienen. Y porque las cosas que tienen vida son más perfectas que las que carecen de ella, resplandesce más en éstas la sabiduría y providencia del Criador, y cuanto fuere más perfecta la vida, tanto más claro testimonio nos da del artífice que la hizo, como en el proceso se verá. Porque no es Dios, como suelen decir, allegador de la ceniza y derramador de la harina, mas antes cuanto son las cosas más perfectas, tanto mayor cuidado y providencia tiene de ellas, y tanto más descubre en ellas la grandeza de su sabiduría. Y porque supiésemos que a él solo debíamos este tan general beneficio de los frutos de la tierra, los crió al tercer día[1], que fue antes que criase el sol y la luna y los otros planetas, con cuya virtud y influencias nacen y se crían las plantas, y antes que hubiese semillas de do naciesen, como agora nacen. De manera que la virtud sola de su omnipotente palabra suplió la causa material y eficiente de todas las plantas y árboles de la tierra. Toda esta variedad de especies innumerables no le costó más que solas estas palabras: Produzca la tierra yerba verde que tenga dentro de sí su semilla, y árboles frutales según sus especies, etc.[2]
            Oído, pues, este mandamiento, luego parió la tierra, y se vistió de verdura, y recibió virtud de fructificar, y se atavió y hermoseó con diversas flores. Mas ¿Quién podrá declarar la hermosura de los campos, el olor, la suavidad y el deleite de los labradores? ¿Qué podrán nuestras palabras decir de esta hermosura? Mas tenemos testimonio de la Escriptura, en la cual el santo patriarca comparó el olor de los campos fértiles con la bendición y gracia de los santos. El olor, dijo él, de mi hijo es como el del campo lleno[3]

Fray Luis de Granada, Obras Completas, t. IX, F.U.E. Madrid 1996, p. 101-2



[1] Cf. Gn 1, 13
[2] Gn 1, 11
[3] Gn 27, 27

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