lunes, 5 de mayo de 2014

Aurora Silva Huertas

    
 A partir de la publicación de las Obras Completas de fray Luis de Granada, en edición crítica, dirigida por Alvaro Huerga, un grupo de profesores de distintas especialidades nos propusimos la lectura de sus obras, así como intercambiar algunas impresiones suscitadas por la obra- u obras- objeto de nuestras lecturas. El primer resultado  fue la elaboración de un Índice general de las Obras Completas. Y en diciembre del 2008, la realización de unas jornadas dedicadas a fray Luis en la UNED, organizadas por Aurora Llamas y presididas por el P. Huerga; hubo también una exposición de libros relacionados con la figura y obra de nuestro autor en el museo del antiguo cuartel de Artillería (1).

 Aquel congreso en torno a la figura de fray Luis me dejó un grato recuerdo, porque pude conocer más profundamente su vida y aspectos fundamentales de sus obras más importantes. Y hoy me propongo compartir aquí algunas reflexiones que me surgieron con  la lectura de  uno de sus libros, el titulado “Adiciones:2. Meditaciones de la vida de Cristo”. Obra publicada en Salamanca, en 1574,  y que, en la edición de las Obras Completas (Madrid, iniciada en  1995), ocupa el tomo VIII.

           


Voy a recordar brevemente la vida de fray Luis, así como su contexto histórico, que nos ayudará a entender mejor su obra y, en concreto, el libro antes citado, objeto de mi experiencia lectora.

Luis de Sarria nació el 26 de noviembre de 1504.  Se dice que al mismo tiempo que sonaban las campanas anunciando la muerte de la reina Isabel la Católica. Nace en Granada, adonde  acudieron sus padres, procedentes de Sarria (Lugo), con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida y atendiendo al requerimiento de los Reyes Católicos, que deseaban poblar la casi recién conquistada Granada con cristianos viejos.

Por desgracia, muere su padre cuando él apenas tiene cinco años, lo que haría más acusada la unión con su madre y la pobreza que sufrirían ambos. A partir de entonces se mantienen con el penoso trabajo de lavandera que hacía su madre y de las limosnas. Fray Luis recuerda esos años difíciles en una carta dirigida a san Carlos Borromeo: <<Yo me crié medio desnudo, y mi madre, con una mantellina más vieja que nuestras capas, me cubría, y ella pobre, y yo desarrapado, íbamos a la portería de Santo Domingo de Granada con nuestra ollica, y en ella traíamos un poco de caldo y unos mendruguillos, de que nos sustentábamos>>.

Su madre, como buena cristiana, le llevaría al Colegio de la Doctrina para que aprendiera la doctrina cristiana, y allí llamó la atención por sus aptitudes. El conde de Tendilla, primer virrey de Granada, se lo llevó a vivir a su casa en calidad de pajecillo de sus hijos. Luis les llevaba los libros y estudiaba humanidades con ellos.

En 1525, con veintiún años, profesó en los dominicos de Sta Cruz la Real  de Granada, y, luego, en 1529, fue enviado a profundizar sus estudios de teología en el de san Gregorio de Valladolid, donde coincidió con Bartolomé Carranza y Melchor Cano.

En estos años-en concreto en 1526-, se produce la boda de Carlos V con la bella Isabel de Portugal, coincidiendo con Fray Luis en Granada, en donde pasaron un tiempo los recién casados, y dirigiéndose después- también fray Luis- a Valladolid. Allí nace, en 1527, el futuro Felipe II.

Isabel de Avís (Lisboa,1503- Toledo,1539) era hija de Manuel I el Afortunado (1495-1521), y de María de Austria, hija de los RR. CC. Cuando muere ésta, su padre vuelve a casarse con Leonor, hija de Juana la Loca. Leonor va a propiciar un doble casamiento: el de Juan III y Catalina, y el de Isabel de Avis y Carlos V. (Leonor, Catalina y Carlos eran hermanos e hijos de Juana la Loca).  
Isabel era de una gran belleza y enamoró a primera vista al Emperador. Se dice que para agradarla hizo plantar en Granada unas flores persas, que quedarían unidas a la imagen de la tierra andaluza, los claveles. Después de Felipe, nació María- casada más tarde con  Maximiliano II, con quien tuvo 14 hijos- entre ellos, Ana, que será la cuarta esposa del futuro Felipe II-. Después de María, vino Juana, que se casaría con el príncipe don Juan Manuel, hijo de Juan III. De este matrimonio nació don Sebastián, que sería el sucesor de su abuelo Juan III, pues su padre muere unos meses antes de que él naciera y sin haber subido al trono.
Cundo Carlos sale de España hacia Europa, deja como regente a Isabel, que es muy querida por el pueblo. Sitúa su corte en Toledo y estará rodeada de poetas- Garcilaso entre ellos- y de artistas. D. Francisco de Borja, duque de Gandía, será su caballerizo. Estaba platónicamente enamorado de la reina y cuando ésta muere como consecuencia de un parto, va con el entonces príncipe Felipe custodiando el cortejo fúnebre desde Toledo a Granada. Allí tiene que jurar que a quien lleva es a Isabel, y lo hizo así: <<No puedo jurar que esta sea la Emperatriz, pero sí juro que fue su cadáver el que aquí se puso>>. Era el año 1539.

Volviendo a Fray Luis, vemos que, en 1535, los superiores de Fray Luis no le conceden su deseo de ir a evangelizar el Nuevo Mundo y le encomiendan la restauración del abandonado convento dominico, situado en la serranía cordobesa, de Scala Coeli (Escalaceli), fundado por san Álvaro. Allí, en un ambiente de soledad y recogimiento, se dedicaría a la meditación- << El hombre en soledad encuentra y escucha a Dios en su corazón>>, nos dice- . También a la contemplación de la naturaleza- en donde ve un reflejo de la belleza divina- y a la predicación- para comunicar  a todos su amor por Cristo-.
 En Córdoba conoció a san Juan de Ávila, llamado el Apóstol de Andalucía, a quien vería como maestro. <<Lumbre del Espíritu Santo, que lo escogió para ministro del Evangelio>>, decía de él-, y al que quedaría unido con entrañable amistad. Más tarde fray Luis sería elegido prior del convento dominico de Badajoz. Su fama como predicador llegó hasta Portugal.

 A Portugal se trasladaría,  en 1551,  invitado por el arzobispo de Évora, el cardenal infante don Enrique. Se le propusieron altas dignidades eclesiásticas, pero las rechazó. Fue confesor real y elegido provincial de su Orden en 1556, cargo que simultaneó con su principal tarea: la predicación. En este año se publica en Lisboa su Guía de pecadores; antes había publicado El libro de la oración y la meditación ( Salamanca,1554).

En 1559, estos libros y su Manual de oraciones fueron incluidos en el catálogo de libros prohibidos a instancias del Inquisidor Valdés. Se le atribuían influencias erasmistas e iluministas en su tarea de promover una religiosidad interior que estuviera al alcance de todos.
En 1560, deja de ser provincial de su Orden y se dedica a la predicación y a corregir sus libros vedados. También a la elaboración de nuevas obras. El concilio de Trento revisa y aprueba sus escritos (1563) y el papa Pío IV les da su aprobación. Sigue la publicación del Memorial de Vida Cristiana en Lisboa (1565), y en Amberes, Las obras de fray Luis, en 10 volms. (1572).
 Pasó el resto de su vida entre Évora y Lisboa. Los últimos años fueron difíciles a causa de la situación política portuguesa. Muere Juan III en 1557 y le sucederá su nieto don Sebastián, con tres años. Será regente su abuela Catalina y después su tío abuelo el cardenal infante don Enrique. El año 1568, a los catorce años, es coronado rey.  Sueña con ser un soldado de Cristo y combatir al turco en el norte de África. Rechaza casarse y proyecta una expedición a Marruecos, de la que nadie pudo disuadirle. Con un numeroso ejército y acompañado por la más alta nobleza portuguesa, salió de Lisboa en junio de 1578 y desembarcó en Arcila, en Marruecos. Se dirigía a Larache cuando un ejército, capitaneado por Abd-el-Melek, entró con ellos en combate en Alcazarquivir. Hacía un calor insoportable y el ejército portugués iba envuelto en pesadas armaduras. El resultado fue una gran derrota, la muerte de D. Sebastián y el apresamiento de importantes miembros de la nobleza. El cadáver del rey quedó irreconocible, lo que mitificó su figura, creándose la leyenda de que en realidad no había muerto y que volvería a salvar a su pueblo. En 1578, pues, muere el rey don Sebastián en la batalla de Alcazarquivir luchando contra el poderío turco. Le sucede su tío abuelo el cardenal infante don Enrique, que muere sin descendencia. Se abre entonces una crisis sucesoria que dará como resultado la llegada al trono portugués de Felipe II en 1580.Tomaría posesión del nuevo reino en las cortes de Tomar.
Felipe II, ya en Portugal, tendría ocasión de oír predicar a un Fray Luis en los últimos años de su vida, casi ciego y desdentado, pero inflamado por el amor de Dios.
           
El papa Gregorio XIII, atendiendo la petición de san Carlos Borromeo, publica, en 1582, un “Breve”, donde reconoce el bien que Fray Luis  ha realizado a la Iglesia,

        El 31 de diciembre de 1588  muere Fray Luis en Lisboa, en olor de santidad. Viejo y muy debilitado por una vida de continuas mortificaciones.

En 1988, con motivo del IV centenario de su muerte, se celebró en Granada un Congreso internacional sobre su vida y obra, acordándose la edición de sus Obras Completas en 52 Volúmenes.


Vamos a pasar ahora a la obra que me ha suscitado algunas reflexiones sobre su consideración de la mujer

 El libro Adiciones 2. Meditaciones de la vida de Cristo  consta de un Prólogo, seguido de XVII capítulos, y termina con una traducción de un poema titulado  Filomena, escrito por  san Buenaventura, a la que precede un Preámbulo.

En el Prólogo, fray Luis, basándose en la autoridad de san Buenaventura, justifica el contenido del libro – una serie de meditaciones sobre la vida y muerte de Jesucristo –, pues solo reflexionando sobre ello logrará el hombre <<cobrar familiaridad, confianza y amor con este Señor, con que fácilmente se mueve al menosprecio de todas las cosas fuera de él>>. Llama a todos, cualquiera que sea su estado, a meditar sobre estos sagrados misterios, pues <<nadie hay que no halle aquí gobierno para su vida>> y <<camino para la verdadera felicidad>>. Da luego consejos para realizar estas meditaciones, repartiendo los principales pasos de la vida del Salvador por los días de la semana, teniendo señalados para cada día dos o tres misterios. Antes debe preceder una devota preparación y, después de la lectura, se debe dar gracias junto con la petición de todas aquellas cosas que convienen a la salvación del alma.

Después del Prólogo siguen las meditaciones, extendidas a lo largo de XVII capítulos. En los siete primeros capítulos se presentan los hechos de la infancia de Jesús, desde la anunciación del Ángel a  la Virgen Nuestra Señora, seguida de la encarnación, el nacimiento, la visita de los Reyes Magos, la presentación en el templo, hasta llegar  Jesús a la edad de 12 años, cuando estuvo perdido y fue hallado en el templo.
         Siguiendo a san Buenaventura, establece un correlato entre cada uno de estos hechos y su vivencia en el interior del <<ánima  devota>>. De tal manera que el alma concibe dentro de sí a Cristo, siente cómo nace en ella, lo adora con los Reyes Magos, lo presenta con la Virgen en el templo y lo busca después de perdido. El alma devota no sólo contempla intelectualmente estos misterios, sino que se cumplen y se verifican dentro de ella.
           
En los tres siguientes capítulos –del VIII al  X- se presentan el bautismo de Cristo, sus trabajos y doctrinas; su encuentro con cuatro mujeres: samaritana, adúltera, cananea y Mª Magdalena; y la entrada del Salvador en Jerusalén.  Sigue una oración de san Buenaventura para <<pedir al Señor sentimiento del misterio de su sagrada Pasión>>, y a partir del capítulo XI se presentan los pasos esenciales de la Pasión, hasta llegar al capítulo XV. Desde éste hasta el capítulo XVII se proponen tres meditaciones sobre la gloriosa Resurrección y la subida del  Salvador a los cielos.

Para finalizar, fray Luis añadió un poema, Filomena, de san Buenaventura, del que traduce algunos fragmentos. Con humildad, en el Preámbulo, confiesa que los convierte en prosa <<por no saber poner esto en verso castellano, como ello hubiera de ser>>.  Hace, además, una aclaración del sentido que tiene: Filomena –que es el pájaro llamado ruiseñor- es enviada por un ánima encendida en el amor de Cristo para darle cuenta de la soledad y tristeza que padece por su ausencia. El poema lo escribió san Buenaventura, según fray Luis, <<para despertar en las ánimas el gusto y apetito de las cosas espirituales>>, de ahí que lo considere, a modo de broche de un collar, adecuado para cerrar con él unas meditaciones que van dirigidas fundamentalmente a conmover, a provocar en el creyente el amor a Cristo y el desasimiento de las cosas del mundo.

Las Adiciones: 2. Meditaciones de la vida de Cristo, por el contenido, deben incluirse entre las obras didáctico-religiosasaunque por sus aspectos formales pueden relacionarse con la oratoria sagrada. Son como piezas oratorias puestas por escrito. En todo momento fray Luis tiene en cuenta a aquellos a los que va dirigida cada meditación. Hay constantes apelaciones al receptor y tiene como finalidad persuadirle. Calderón Gutiérrez ha destacado la formación humanística del autor, que unido al hecho de ser fraile dominico (3), dedicado a la predicación, le llevó a sentir una gran admiración por los discursos de Cicerón, quien le servirá de modelo para la construcción de su prosa en lengua castellana, en un estilo -con construcciones de periodo amplio y elementos rítmicos-  que los críticos han calificado de “estilo ciceroniano”. Por otra parte, y debido a esa voluntad de expresarse con belleza, tradicionalmente han sido incluidas las obras de fray Luis en una corriente denominada literatura ascética-mística, de notable desarrollo en el  siglo XVI.


  Desde el comienzo de la lectura, un aspecto de la obra llamó mi atención: el tratamiento que fray Luis daba a la mujer. Es evidente que dirige especialmente parte de sus meditaciones a la mujer cristiana proponiéndole modelos de vida, de conducta; pero al mismo tiempo manifiesta una valoración de la naturaleza femenina. Voy a  intentar explicarla a partir de una oposición entre las figuras de Eva y María, que utiliza fray Luis haciéndose eco de una tradición que se remonta a los primeros siglos del cristianismo.
           
En las meditaciones correspondientes a la infancia de Jesús destacan de manera especial las consideraciones que hace fray Luis sobre la figura de la Virgen María. Apoyándose en el Génesis, y en san Bernardo y san Anselmo, opone Eva a María. Si por la primera entra el pecado en el mundo, por María entra la salvación. Dice con san Bernardo: <<La maldición que nos vino por Eva, se mudó bendición por María. Y porque la eligió como madre del Salvador, Dios la engrandeció con la mayor gracia, con los mayores dones>>.
A lo largo de una serie de pasos va describiendo cómo era María (4). De niña, por voluntad divina, se educa en un lugar santo y en compañía de gente santa. Recoge de san Jerónimo que fue presentada en el templo de Salomón, donde estuvo hasta los catorce años. Continuamente oraba y procuraba que sus compañeras <<ninguna hablase palabra mal hablada, que no elevase su voz en la risa, que no diese palabra injuriosa ni soberbia a su compañera>>. Ya casada, la vemos en su oratorio, retraída.  La describe fray Luis, en una casa humilde, pero con un espacio preparado para la oración, con sus libros devotos y su cilicio << como la santa Judit>>. Se admira  de ver con qué poca actividad exterior consigue María la perfección y hace un elogio de su vida contemplativa, de su vida interior: <<¡Quién tuviera ojos para poder penetrar los movimientos, los sentimientos y ardores, los resplandores y todo lo que pasaba dentro de aquel sagrado templo!>>. La pone de ejemplo a los pobres y enfermos que no pudiendo realizar grandes obras pueden servir a Dios desde el amor de su corazón.

María es visitada por el ángel para anunciarle que ha sido escogida por Dios para ser madre del Salvador (5). Al  contemplar este misterio destaca fray Luis las virtudes más señaladas de María. En la conversación que mantiene con el ángel, pone de manifiesto << su silencio, su humildad, su virginidad y su fe>>.
Elogia la virginidad, pero aún más la humildad de María, que la hizo agradable a los ojos de Dios. A estas virtudes añade la caridad, y sigue a san Bernardo cuando afirma: << La castidad sin la caridad es lámpara sin olio: si quitas el olio, no arderá la lámpara, y si quitas la caridad, no agradará la castidad>>.

          En el misterio de la Encarnación, no encuentra palabras para explicar los sentimientos y afectos de la Virgen. Lo deja a la consideración del alma piadosa, que también debe luego acompañar a María a servir a Elisabet (6), y contemplar las pláticas de la Virgen con santa Elisabet y los ejemplos de virtudes que se darían la una a la otra.
        Aconseja con san Isidro: <<Procura la compañía de los buenos. Porque, siéndoles familiar en la conversación, vendrás a ser imitador de su virtud>>.
        Refiere después las dudas de José y el sufrimiento de la Virgen. La compasión que sentiría ella de verlo tan abatido y al mismo tiempo su obediencia a la voluntad divina. Luego vienen las gracias y alabanzas a Dios por parte de la Virgen, ya que le había revelado el misterio de la concepción a José, anunciándole el nacimiento de un hijo al que había de poner el nombre de Jesús.

      Fray Luis sigue el evangelio de san Lucas para narrar el nacimiento de Jesús en Belén (7), calificándolo de historia <<dulcísima>>; pero llama la atención sobre una afirmación del evangelista: <<María guardaba todas estas palabras y misterios tratándolos y confiriéndolos en su corazón>>. Considerando la capacidad de ella para penetrar y comprender estas cosas, se pregunta fray Luis por los pensamientos y sentimientos de su corazón. Y añade: <<Lo pasado, lo presente y lo venidero, todo alegraba su corazón, y sobre todo la presencia del niño y la asistencia del Espíritu Santo, que le traía estas cosas a la memoria […] , para que dando ella la leche al niño, estuviese gustando la dulcedumbre de los misterios del cielo>>. Resulta admirable la capacidad de fray Luis para expresar con tanto realismo la unión de la madre y el hijo, así como la dulzura que se desprende de esa relación.
 Participa de la sensibilidad artística de su tiempo que humanizaba lo sagrado, como podemos ver en La Virgen con el Niño (8), llamada también La Virgen de la leche, óleo sobre tabla de Luis de Morales, el Divino, en el que el niño busca con su mano el pecho de la madre; obra datada hacia 1570. Pero, sobre todo, el texto de fray Luis muestra su emoción ante el amor maternal. Es inevitable pensar en el recuerdo entrañable que tendría este religioso de su  madre, que le llevaba a penetrar de esa manera en los sentimientos de la madre del Salvador.

         Aunque no todo es felicidad para María, la madre acompaña a su hijo en el dolor de la circuncisión (9). <<¿Qué dolor padecería la Virgen- nos dice- cuando viese aquel cuchillo correr por las carnes del hijo tan querido y tan delicado, y con cuanto dolor de sus entrañas y con cuantas lágrimas en los ojos se esforzaría en halagar y acallar al niño, tomándolo en sus brazos, y arrullándolo en sus virginales pechos, y dándole a mamar?>>. El crudo realismo, que utiliza para describir la escena de la circuncisión, contrasta con la suavidad en la expresión  del amor materno, con el que consigue hacer olvidar el dolor al hijo (10). Y de nuevo sorprende el hombre fray Luis, pues tan bien entiende lo que ocurre en el interior de una madre cuando ve sufrir a su hijo. Se nos muestra como un profundo conocedor de la naturaleza femenina, a la que se acerca con comprensión y ternura.

          Cuando medita en la adoración de los Reyes, compara la alegría de la Virgen con la de aquellos santos varones. María se llena de gozo al ver los presentes ofrecidos y la fe que les había guiado hasta el pesebre. Tres cosas se le representaron: << la gloria del Hijo, la dignidad de la madre y la conversión del mundo>>, según fray Luis.

 Mas pronto volvería la sombra del dolor (11), cuando María va al templo de Jerusalén a purificarse y a presentar a su hijo varón en cumplimiento de la ley de Moisés. Allí se encuentra con el anciano Simeón, el cual reconoce al Salvador y bendice al niño y a su madre; pero anuncia los sufrimientos de Cristo y <<el cuchillo de dolor que había de traspasar el ánima de su inocentísima madre>>. Con esta profecía, la vida de María <<será una cruz y una muerte prolija>>, dice fray Luis. Recrimina a Simeón haber anticipado así el dolor de la Virgen, aunque entiende que Dios lo permite porque quiso que <<en todo fuesen conformes la madre y el hijo>>.

            Después sigue al evangelio narrando la huida a Egipto y la matanza de los inocentes por mandato de Herodes. Y más adelante continúa con el relato de Jesús perdido y hallado luego en el templo a la edad de doce años. De nuevo reflexiona nuestro autor sobre el final de la alegría de la Virgen y el comienzo del dolor. Un dolor tan intenso como el amor que siente por su hijo y que culminará con la pasión y muerte del Salvador.
Hasta aquí hemos apreciado el amor y la devoción del P. Granada por María la Virgen, presentada como modelo de vida y virtudes; pero al mismo tiempo nos ha ido descubriendo su capacidad para comprender y admirar  la naturaleza femenina.  
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         Esta última afirmación se confirma cuando se refiere a otras mujeres. A Eva la trata de manera indirecta (12), recogiendo un texto de san Bernardo en el que representa a Adán, ante Dios, diciendo las palabras del Génesis: <<La mujer que me diste por compañera me dio del fruto del árbol>>. Con el siguiente comentario: <<Estas fueron palabras de malicia para dar excusas de los pecados, con las cuales más acrescientas la culpa que la alivias>>. Fray Luis, con san Bernardo, no echa toda la culpa a Eva. El pecado no se alivia poniendo a Eva como la causa. Adán también es culpable, y pone más énfasis en su culpabilidad que en la de Eva. Y de Eva pasa rápidamente a María, pidiéndole al hombre que cambie sus palabras de excusa por otras de alabanza a Dios por la mujer que le dio el verdadero fruto de vida, María.

            En los capítulos dedicados a la vida pública de Jesús, hay uno en el que explica el trato que tuvo el Salvador con cuatro mujeres pecadoras: la samaritana, la mujer adúltera, la cananea y Mª Magdalena. De la samaritana (13) dice que era <<una mujer de cántaro, y mujer samaritana, y de cinco maridos, y tan ignorante y grosera de las cosas espirituales, que apenas entendía cosa que le dijesen>>. Sin embargo, es a ella a quien Jesús se descubre como el Mesías, le da su gracia y la trata con infinita misericordia. De forma semejante actúa con la mujer adúltera. Jesús la salva de morir apedreada y la perdona. Cuando comenta la mansedumbre y la misericordia  de Cristo ante estas mujeres, hace fray Luis una afirmación que nos da la clave de su propia actitud con ellas: <<Aquí tienen todos los deseosos de la imitación de Cristo en qué señaladamente le deban imitar>>.  No es necesario señalar que él es uno de ellos y anima a todos a serlo.

          A la mujer cananea Jesús se la encuentra cuando sale de Judea y va  a Tiro y Sidón. No pertenece al pueblo elegido, pero tiene fe en Cristo y le pide la curación de su hija. Jesús la prueba diciéndole: <<No es bueno tomar el pan de los hijos y darlo a los perros>>. A pesar de la dureza de estas palabras, ella persiste en su petición y es escuchada. Fray Luis la pone como ejemplo  de oración. Hay que orar con fe, con humildad y con perseverancia.

          Las consideraciones del P. Granada sobre Mª Magdalena (14) son más extensas que las de las anteriores figuras femeninas. No tuvo, como ellas, un simple encuentro con Cristo, sino que su relación fue continuada. Comienza fray Luis con la narración del evangelio de san Lucas en la que un fariseo invitó a Jesús a su casa y, estando en ella, apareció una mujer pecadora, que se echó a los pies del Salvador y, llorando por sus pecados, le enjugaba los pies con sus lágrimas y los secaba con sus cabellos, ungiéndolos después con ungüentos. Jesús defiende a esta mujer ante el fariseo, le da su gracia y la perdona.  Hace nuestro autor una primera reflexión: <<Una de las cosas más viles y más bajas que hay en el mundo es una mala mujer, la cual dice el Eclesiástico que es hollada y despreciada de todos como el estiércol que está en el camino>>. Como contraste, y debido a su arrepentimiento y al amor que le manifiesta a Cristo, fray Luis -siguiendo al evangelio- la contempla luego <<al lado de la Virgen gloriosa, que es María la pecadora par de la inocente, para que por aquí -dice- entendamos cómo algunas veces los buenos penitentes se igualan a los inocentes>>.

            Según fray Luis, hay dos caminos principales para ir al cielo: <<uno es el de la inocencia y el otro el de la penitencia>>. Señala dos guías para ir por esos caminos: María, madre del Salvador, para que fuese espejo de inocencia; y María Magdalena, para que lo fuese de penitencia. Mª Magdalena, desde su primer encuentro con Jesús, persevera en su amor y penitencia. Tiene desde entonces un trato continuado con el Salvador: <<oyendo tantas veces su doctrina, siguiendo sus pasos, contemplando sus virtudes, y hospedándolo en su propia casa>>. La identifica con María de Betania, según una tradición que viene de un sermón del papa san Gregorio Magno del año 591. Hermana de Marta y de Lázaro, pues, se queda maravillada con la muerte y resurrección de éste por un milagro de Jesús. De nuevo comenta el P. Granada: <<el cual, demás de ser grandísimo milagro, fue también grandísimo beneficio, porque fue restituirle un hermano muy amado, que para el linaje flaco de las mujeres le era hermano y padre y marido>>. Para el linaje flaco de las mujeres… Esta expresión aparece en otros escritores de la época, como, por ejemplo, en la Celestina, puesta en boca de Sempronio, donde tiene un tono misógino, despreciativo de la mujer. Sin embargo, en Fray Luis expresa, con evidente ternura y compasión, la indefensión, histórica, de una mujer sola, sin la protección de un varón, ya sea hermano, padre o marido.

            Mª Magdalena acompaña al Señor en los pasos de su Pasión, está también al lado de la Virgen al pie de la Cruz, y puede luego contemplarlo una vez resucitado (15). Después de la ascensión de Cristo a los cielos, esta santa mujer-según fray Luis, que sigue aquí una leyenda cristiana- se retirará  a una cueva para hacer penitencia durante treinta años. Su relación con Cristo fue privilegiada, y por ello Fray Luis la pone como ejemplo. La gracia divina resalta más cuando quien la recibe es un alma pecadora. A esta se dirige en sus meditaciones con el afán de orientarla hacia Dios. Y para ello se sirve de dos guías, dos mujeres, que nos conducen a Jesús; como ya dijimos,  por el camino de la inocencia, María, la Virgen,  y Mª Magdalena por el de la penitencia (16).

          No podemos separar de los contenidos religiosos la valoración que el P. Granada hace de la mujer. Medita sobre todo en los evangelios y se inspira en los santos Padres; pero, cuando deja libre su emoción ante las figuras femeninas tratadas, se nos revela como un espíritu sensible, capaz de comprender profundamente los comportamientos de esas mujeres. Frente a unas corrientes de literatura misógina, que proceden de la Edad Media y que llegan hasta su época, fray Luis destaca por su mesurada consideración de la mujer.
 Recordemos las palabras de Sempronio a Calisto en la Celestina, de 1499. En el primer auto dice Sempronio un largo parlamento lleno de misoginia para convencer a Calixto de que, en todo, él supera a Melibea: << Pero de estas otras -dice refiriéndose a la mayoría de las mujeres- ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías?. Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su revolver, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberbia, su sujeción, su parlería […] su desvergüenza, su alcahuetería? >>.  Sigue enumerando imperfecciones y vicios, hasta concluir: <<Esta es la mujer, antigua malicia que a Adán echó de los deleites del paraíso. Esta el linaje humano metió en el infierno; a esta menospreció Elías profeta>>.
Como contraste a estas afirmaciones, hemos visto la delicadeza y el respeto con que fray Luis trata a la mujer. No se deja llevar por los prejuicios, al mismo tiempo que se nos muestra como un agudo conocedor de la naturaleza femenina.

 Quisiera terminar recordando unos fragmentos de la delicada evocación que de su figura, en la última etapa de la vida, hace Azorín en “Una hora de España”. <<Este religioso –dice Azorín-es viejecito también. Su hábito es negro y blanco.[…] No ve casi nada el religioso; no posee nada en su celda; su vida la ha pasado escribiendo, predicando, dando buenos consejos a las gentes. […] Ha podido ser grandes cosas y no ha querido ser nada. Su necesidad suprema, como en Cervantes, es escribir. […] Escribe el religioso como Cervantes, de un modo sencillo, claro y natural. Y cuando escribe toda su alma se conmueve. ¡Divina emoción! […] El fervor, el entusiasmo, la delicadeza, la ternura hinchan las palabras. Con las más sencillas palabras lo dicen todo>>.

Fervor religioso, entusiasmo, delicadeza, ternura que han estado presentes, como hemos podido comprobar, en las palabras que fray Luis ha dedicado a la mujer.




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